viernes, 30 de abril de 2010

Sobre vacas y tortugas (Abril 2010)

Todos los años la misma historia al volver a la escuela después del receso de julio. Composición. Tema: mis vacaciones de invierno. Mi educación primaria no fue de lo que se dice un modelo de originalidad y creatividad, pero también he de reconocer que para el momento en que me di cuenta de esto ya tenía mas de doce años, así que probablemente cumplió con su objetivo con creces ya que al menos me mantuvo entretenido de primero a septimo, y alejado de la maldad como diría doña Julia. De todos modos, podrían haberse puesto un poco más las pilas las maestras que ganarse las primeras horas de clase del lunes post vacaciones con la dichosa composición es un poco rata...

En el fondo lo que odiaba era que me hicieran hablar de un tema engorroso para mi: ¿que había hecho yo durante las vacaciones de invierno? Supongo que se esperaban que contara de algún viaje al Caribe o al menos unos días de camping en algún lugar interesante. En el caso mio y de mis hermanos, las vacaciones de invierno consistían en perder los primeros tres días del receso haciendo las "tareas para las vacaciones" que prolijamente nos consignaban las maestras en un cuadernito rojo (o verde, por motivos que no vienen al caso o ya lo he olvidado o quizas nunca lo supe) que nos entregaban el último día de clases. Después andabamos en bicicleta por allí, jugábamos a la pelota en la calle,... y nada más ni nada menos. Cuando observo ahora a mis colegas ponerse de malhumor cuando les llegan las vacas a sus hijos porque los tienen que tener en casa todo el tiempo, se me ocurre que incluso podría ser que hasta mis progenitores en esos días se ponían de mal humor y ligábamos más de la cuenta, pero no podría afirmarlo con seguridad ahora. O mis padres son un modelo de la sutileza cosa que no creo, o el efecto no fue tan fuerte que mi cerebro ya lo ha perdonado, archivado y eliminado de la memoria principal.

Hay otros episodios que no he olvidado, y no creo que los olvide tan fácilmente como el que voy a relatar a continuación, que tiene que ver con mi trabajo literario post vacaciones de invierno del año 1983. Como que íbamos a un colegio privado con subsidio del estado, entre el zoológico de mis compañeros había de todo: desde la que vivía en una choza (la Perelindo, que -pobre- una vez le dio positivo ese horroroso control de piojos que nos hacían cada tanto y del que obviamente éramos notificados al instante de los resultados por boca de una compañerita más mala que una lagarta que espiaba lo que ocurría en los baños desde las rendijas) hasta el que tenía casa con piscina y cuatro coches. Este chico incluso tenía una máquina fotocopiadora en su casa en la época en que no habían muchas fotocopiadoras disponibles en el mercado, y algunas maestras cuyo nombre no mencionaré aquí porque no viene al caso eran tan tontas que le daban a a su padre los exámenes bimestrales que nos iban a tomar al día siguiente para que esa noche los fotocopiara en su casa. Ese día por la tarde (yo iba al turno mañana) Oriel podía tranquilamente dejar de cantar la canción esa de "yo quiero tener un millón de amigos", que su sueño se hacía realidad ya que íbamos todos de visita a su casa a pispear el temario mientras comíamos chipá. El caso es que yo sabía que no todos iban a escribir sobre sus vacaciones en el Caribe ni de campings ni demás, pero el tema me seguía incomodando, porque no quería que quedara en evidencia que desde el 15 al 30 de julio no me había movido de mi casa excepto para ir a comprar el pan.

A la maestra de quinto al menos se le ocurrio' una pequeña variante que fue algo asi como "ahora van a escribir una carta a alguien que conozcan contandole que tal pasaron las vacaciones de invierno", y eso por lo menos algo de creatividad tenia. Mi maestra de quinto grado es la que menos recuerdo, primero porque todas las otras eran heredadas de mi hermano Francisco que ya se divertía con ellas un año antes que yo, y sus nombres sonaban por mi casa ya con anticipacion. Esta chica no fue la excepcion, pero ocurrio' que en el 82 mi hermano la tuvo con apellido de soltera y conmigo cayo' casada. Y sumado a eso, obviamente se caso' porque queria tener chicos o viceversa (el "viceversa" aqui hay que entenderlo en un sentido amplio), y durante nuestro curso tuvo su licencia por maternidad asi que tampoco la vimos como por 4 meses. Vino la Gualtieri a suplirla, y nos habiamos encariñado tanto con ella que decidimos hacerle un regalito para cuando se terminara su paso por las aulas, que juntamos todas las monedas que teniamos por alli y como no nos pusimos de acuerdo sobre que comprarle, decidimos darle toda la plata que estaba adentro de un tarro vacío de Nestum en billetes de 1, de 2 y de 5, y monedas de todo tamaño. La pobre obviamente no quiso ni tocar el tarro y al final fuimos obligados a comprarle una pulserita o algo asi. Cuando la Mendez de Omastot volvio' con su depresion post-parto, no se que tipo de incidente tuvimos que a la pobre no se le ocurrio' mejor receta que amenazarnos con que si nos seguiamos portando mal, se iba a ir ella y volvia la otra. Su receta fue tomada como una muy buena idea, que decidimos seguir portandonos mal e invadimos el cuarto B con armas hechas con cartulinas de posteres viejos de la feria de ciencias y anudadas con pedazos de la cortina de nuestra aula, y les dimos con tanto valor a las cabezas de los pobres chicos que tuvo que volver la Gualtieri a decirnos que era una verguenza como nos estabamos portando, y que la pobre postparturienta estaba llorando en un rincon. Se ve que la depresion pp le continuaba en esos dias, pero aun asi la Gualtieri no volvio y nos tuvimos que conformar con esta.

Volviendo al tema de la carta, se me ocurrio' que hurgando en el pasado que toda persona incluso un niño de 10 años ya lo tiene, algo podria encontrar. Hubo un par de veces que nuestros padres me mandaron al campo durante el invierno, a visitar a la tia Dorotea. Así que me puse a pensar que una salida mas o menos facil a la historia de la misiva esta podria ser inventarme que fui al campo en este ultimo invierno, y ponerme a escribir una carta a una prima imaginaria en la casa de la tia Dorotea. Y asi fue que comenzamos con la carta que a mi me encantaría al día de hoy que nunca hubiera existido.

'Querida prima: muchas gracias por la invitación a pasar esos días tan lindos en el campo.' A la casa de la tía Dorotea no nos invitaban porque como que no tenían ni luz ni teléfono ni agua corriente ni nada que venga con una boleta para pagar a fin de mes, y pocas veces la vi escribir a ella así que ni siquiera puedo afirmar que sabía escribir o no (en realidad sabía leer porque alguna vez le vi leyendo unas invocaciones a unos santos de un librito), supongo que no teníamos manera de comunicarnos con ella de manera mas o menos rápida. Yo creo que mamá y papá se sacaban de encima a dos o tres de nosotros poniéndonos arriba de un micro y mandándonos para allá con una caja de alimentos y que la pobre tía se enteraba de nuestro arribo cuando el chofer nos dejaba en la tranquera que marcada el inicio a sus territorios.

"El campo" estaba a un poco más de 100 km. de Corrientes city. Para llegar a lo de la tía Dorotea, los últimos 20 kms. había que hacerlos por un camino de tierra arenosa a cuyos costados habían esteros llenos de agua y de juncos. Cada tanto pasaban de un lado al otro del camino unas víboras inmensas de esas que se ven en los zoológicos, y mi madre -que como creció por allí se ve que las conoce bien- pegaba unos gritos que nos iban educando a toda la familia en el pánico a estos bichos. Cuando llovía no se podía ni entrar ni salir de ese lugar por varios días del barrial que se formaba. La casa de la tía Dorotea era una de esos ranchos de adobe que de te aparecen de repente en el horizonte, como a 50 metros de la calle esta de arenilla, en el medio de una parcela inmensa de tierra. Uno podría imaginarse que siendo propietarios de un terreno tan gramde esta gente era de buen pasar. Pero como ya he dicho que aqui no llegaba ni el gas, ni la luz, ni el agua corriente, ni nada, y encima estabamos como en el culo del mundo. No creo que nadie hubiera pagado muchas monedas por esos terrenos. Todo se cocinaba con leña que se traia de por ahi, el agua se sacaba de un pozo y cuando a uno le entraba la necesidad iba a un "baño" que estaba por alli en el fondo, o directamente a los matorrales. Unos nietos de la tia Dorotea con quienes coincidimos alguna vez eran unos maestros en hacer lo suyo por alli y limpiarse con hojas de tacuara (bambu) que para mi en ese momento perfilaba como algo muy gore.

'Lo pasamos muy bien con las gallinas, las vacas y los caballos' seguia inventando yo en mi carta. Era un horror eso de tener que despertarse a las 5 de la mañana cuando todavia estaba todo oscuro y tener que ir con un frio de morirse (bueno, frio de Corrientes pero era frio igual) a tener que ordeñar las vacas. Por suerte nunca tuve exito en la faena esa de sacar la leche de la ubre del animal, pero mi inutilidad no me excusaba de tener que ir a acompañar al resto de la familia a encerrarse en un corral todo lleno de bosta de caballo y otras bestias y comenzar con el ordeñado cotidiano. Encima, despues habia que beberse esa porqueria que tenia un sabor horrible, por suerte en la caja que mis padres habian enviado a la tia con nosotros habia chocolate y uno lo podia diluir bastante, que a mi ese liquido blanco me parece pintura.
Lo de los caballos al menos estaba bueno. Yo como era el menor iba en el "petiso" y era divertido montar al petiso y andar por alli, excepto cuando a este se le ocurria meterse por algun pajonal o matorral y terminabas todo arañado por ramas varias, o peor aún cuando te tiraba al piso después de algun galope sin control. Igual, lo del yeso en el brazo izquierdo no ocurrió hasta el año siguiente así que supongo que andar a caballo estaba de lo más bien en el momento de la carta.

'Y estuvo muy lindo haberlos acompañado a trabajar el campo'. El "trabajo" consistia en ir o bien a recoger naranjas y/o mandarinas o a cosechar mandiocas. Lo primero era mas o menos divertido, ya que con la fruta pasada de madura terminábamos haciendo una guerra que se ponia mucho mejor cuando oscurecia que ahi no se veia nada y podias terminar ensartandole un mandarinazo a la propia tia Dorotea confundiendola con mi hermano, aunque había que caminar muchísimo para llegar hasta las plantas de frutas y eso era un poco agotador. Lo de las mandiocas era un ho-rror, que había que cavar un pozo circular alrededor de la raíz de profundidad desconocida, y después tirar del tallo con fuerza. A veces estos tubérculos medían uno o dos metros, y el pozo circular se convertia en un pozo sin fondo. Otras veces (las mas en mi caso) el tallo se rompia, y ahi que te ayude mandinga a desenterrar la mandioca. Al final, te quedaban todas las manos ásperas. Yo creo que hasta me llegaron a sangrar y todo alguna vez...

'Mi hermano y yo hicimos muy lindos paseos por allí'. Uno de ellos consistió en que Nico me hizo entrar a un cementerio de esos que aparecen en el medio de la nada, un pequeño conjunto de cruces rodeado de un alambrado, para leerle las placas de todos los muertos. El coste no fue gratuito, ya que más tarde durante la oscuridad (que duraba como 12 horas ya que -vuelvo a repetir para fijar ideas- no había electricidad por allí) el me los repetía con voz fantasmal cosa de que no pudiera dormir esa noche: "Calixto Figueroa, Juan B. Figueroa, Ana Baua,..." y otros personajes mas que nunca tuve el privilegio de conocer pero que quedaran en mi memoria hasta que el Alzheimer nos separe.

'Comimos muy bien', eso si que era verdad, porque había mucha comida. Bastante simple, pero que estaba muy bien. Sobre todo si tu visita coincidia con la novena de alguna santa o difunto de la zona, que allí se juntaba la gente y en unos 15 minutos rezaban el rosario todo rápido pero después la comida que se venía era de lo más, que asado, chorizos, empanadas, tortas fritas,... todo así como a lo bestia de abundante, y supongo que habrá habido también mucho vino pero eso no lo iba a notar yo con 10 años.

La cuestión es que mi carta-obra maestra estaba saliendo de lo más bien, había construido con mi imaginación un lugar super fabuloso que yo creo que ni en las peliculas de Disney existian. Y ya me veia siendo el elegido para leer la 'carta a mi prima' delante de toda el aula como ejemplo de lo que habia que hacer, y no las trivialidades que seguro estaba escribiendo la Perelindo en su cuaderno junto con el resto de los compañeros. Así que decidi continuar muy animado con la redaccion. 'Nos divertimos mucho jugando con los otros niños' (no había nadie en esa casa y alrededores de menos de 20 años), 'con el perro' (un mastín callejeron con una doble fila de dientes en cada mandibula que daba miedo) 'y los conejos' (ja!). 'Gracias por todo, prima. Lo pasamos muy bien'. Que podría haber comentado también allí el par de veces que me volví antes porque me aburría de sobremanera ese lugar, ya que nunca pasaba nada. Que no fue el caso de Gustavito B. a quien lo invitamos una vez a pasar unos días con nosotros en el campo, pero se volvió a los 3 días porque no quería sentarse en esa letrina. Me pregunto como aguantó tanto tiempo comiendo mandarinas y sin ir al baño...

Ya estaba terminando yo con mi super-carta candidata al Pulitzer, y mira que podría haber terminado con el 'Gracias, prima, y saludos al chancho peludo' que ya con eso iba a conseguir que la maestra me extienda una invitacion para que la tia Dorotea viniera a cocinar sus fabulosos pastelitos con queso para todo el grado. Pero no pude con mi genio y tuve que agregar esa línea fatídica que desencadenó la tragedia que hasta el día de hoy me cubre de verguenza: 'Ah! Te comento que la tortuga de casa está embarazada. Si vieras lo grande que está!' La Mendez de Omastot largó una carcajada cuando leyo' esto, e incluso el mas bestia de mis compañeritos que estaba al lado de ella me dijo lo que era vox populi: que las tortugas ponen huevos. Yo obviamente le eché toda la culpa a mis padres que ellos me habían dicho eso, y que en serio la tortuga (que nunca tuvimos una en casa) estaba más gordita. Que humillación! Y seguro que encima después de eso se le fue la depresión post parto a la turra esta, y asi como yo ahora lo recuerdo con verguenza, ella debe seguir contando esta historia a sus alumnos, hijos y toda persona de buena voluntad que la quiera escuchar: que en el año 83 tuvo un boludo de alumno que se creia que las tortugas quedaban embarazadas.

Obviamente mi carta no fue expuesta a todo el quinto grado 'A' que por más mala-depresiva-post-parturienta que seas no vas a humillar a una criatura así porque si poniéndolo a contar a todo el grado una mentira tan hilarante como esa de la tortuga embarazada. Cuando escucho que los niños siempre dicen la verdad, no puedo evitar sonreir ante la evidencia de los hechos. Y sigo odiando las composiciones post-vacaciones de invierno. Sean en julio o en enero.

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