La edad del pavo...
La semana pasada me cayó de sorpresa inesperada un correo electrónico enviado por mi profe de matemáticas de la escuela secundaria. Parece que son los 50 años del Instituto y están armando la re-fiesta.
Como que hace mucho que no me veo con casi nadie de allí excepto uno o dos amigos que después siguieron en la facultad, no se muy bien qué es lo que me encontraría en el hipotético caso de que fuera a la celebración de los ex-alumnos del 8 de octubre. Seguro que la gente que me conoce de esa época se sorprendería un poco al repasar el curriculum abreviado de los últimos 20 años de mi vida, y seguro que yo también. Estoy tentado de decir que no apostaría mucho sobre quien se sorprendería más, que me parece que me haría unos buenos dineros en ese tema. Todavía recuerdo cuando de niños nos decían que la escuela secundaria iba a ser la mejor etapa de nuestras vidas, y me da la impresión de que nos lo decían porque se esperaba que a los 20 dejaras embarazada a alguien y que a partir de allí toda tu existencia se reduciría a un episodio interminable de casado con hijos. Lo peor de todo, es que yo estuve peligrosamente cerca de eso, pero no lo voy a contar aquí gratis (!)
En la escuela primaria entrábamos a clase a las 8 y salíamos a las 12. Yo odiaba tener que despertarme temprano. Mi plan de vida era hacer el secundario en la “Comercio”, que ahí solo había turno tarde, no te hinchaban con actividades extras, eran 5 años tranquilos... Pero resulta que en el interín me llenaron la cabeza (y no voy a decir quién porque esto también forma parte del pack de cosas que uno no cuenta gratis por allí, basta saber que lo se) de que “el Pío” era un colegio de lo más, y que estaba super bien, y toda la bola esa. La cuestión es que mi escolaridad religiosa se extendió por 5 años más, y el turno mañana también, ahora de 7.15 a 12.35. Y los días de educación física, hasta la una y cuarto.
Ya puestos en “la mejor etapa de mi vida”, me puse a averiguar un poco mejor sobre cómo sobrellevarla. Y a juzgar por las respuestas que encontré, parece ser que lo mejor que te puede pasar en este duro trance de la adolescencia donde te crece todo, es divertirte a lo más a costa de tus profesores, preceptores, compañeros, lo que venga. Y una vez en el baile... Como buen aprendiz de investigador comencé averiguando qué hacían los de las divisiones superiores y también en otros establecimientos escolares, y recopilando bastante información sobre maneras varias de entretenerse en la escuela. Valga aclarar que yo no era ni por cerca el líder o caudillo o lo que sea de estas actividades, por más que la profesora de música tuviera esa impresión y así me lo hiciera saber cada vez que podía. Digamos que yo iba un poco “por libre” -como cuando pedí pasar a la pizarra en la clase de Olmedo y me auto-colgué un cartel en la espalda que decía “Omedo pelotudo” que le consiguió 3 amonestaciones a toda la división excepto yo- y también tenía colaboradores y algún que otro subordinado y/o aprendiz. Como ahora, bah (?).
Aunque hay actividades en las que no tuve nada que ver, aunque me hubiera gustado. Como cuando durante el último año a varios de mis compañeros se les ocurrió presentar una lista para las elecciones en el centro de estudiantes donde pusieron como candidatos a todos los que habían pasado el último fin de semana en comisarías varias por perturbar la moral y el orden público, y puestos a debatir sobre el nombre de la lista, primó "Todos Unidos PAra el PIo" (TUPAPI), ya que el cura director había vetado "Todos Unidos MArchando Directamente a la Reforma Estudiantil" (TUMADRE). La lista fue a elecciones y sacó decorosamente 35 votos, cifra que curiosamente coincidía con la cantidad de alumnos de nuestra división. Habíamos conseguido finalmente la tan ansiada “unidad del curso” con la que nos rompieron las guindas por 5 años...
Pero vamos desde el principio. Durante el primer año no nos quedaba otra que portarnos bien porque el sistema era nuevo, todavía había gente que llamaba “seño” al profesor de lengua y esas cosas... Ya habituados, comenzamos a relajarnos un poco en el segundo curso y a partir de allí fue todo como de fiesta sin parar. El padre Mangini -por poner un ejemplo- es uno que cayó rápido en el ranking de los “en tu clase no se escucha ni una mosca”, que alguien comenzó a traerse grabaciones en audio de películas porno y le daba play a la casetera durante las clases de dibujo de Mangini, cada clase desde un lugar distinto del aula, y el pobre cura se volvía loco intentando dilucidar de dónde venía “esa conversación” que estaba claro que no era ninguno de nosotros ya que no había mujer alguna en la división, y mucho menos una que jadeara de esa manera. Tiempo después, ya aburridos del porno, evolucionamos culturalmente, y comenzamos a escuchar en su clase segmentos del radioteatro “Nazareno Cruz y el Lobo” que iba al aire todas las noches a las 21, y también audio grabado de Venganza de Mujer, donde Luisa Kuliok hacía de correntina y era hi-la-ran-te. Su mejor intervención por lejos fue: “extraño la tierrrrrrrra, el barrrrrrrro, los shushos” (¡)
El padre Mangini pasó a mejor vida hace ya tiempo, así que no lo veré en el encuentro del 8 de octubre. Otra que no se si seguirá viva o no y/o si aparecerá en el evento este de los 50 años es la Condorito. La condorito fue nuestra profe de biología en primero y segundo, y después de química en cuarto y quinto. Al principio como que le teníamos un poco de respeto, pero rápido-rápido nos cayó información proveniente de los cursos superiores afirmando que en sus clases se podía hacer cualquier cosa, información que fue debidamente verificada y corroborada. Creo que lo terminamos de confirmar durante ese incidente que protagonizaron Gustavo C. y no recuerdo quién más que estaba sentado detrás de él, que envueltos en animada conversación mientras la condorito daba su clase, fueron increpados por ella a viva voz: “¡ustedes dos! ¿Se quieren ir a conversar afuera?” Y Gustavo C., rápida e ingeniosamente respondió también a viva voz: “yo no me quiero ir afuera”. Y luego dirigiéndose a su compañero le preguntó “¿vos te querés ir afuera?” Y ante la negativa de éste se volvió hacia la condorito y le dijo: “No, gracias. Aquí estamos bien”, y siguieron conversando. Ella se quedó en silencio por un rato mientras la clase se reía de la situación, y después continuó con la clase como si no hubiera pasado nada...
A la condorito le decían “condorito” por su nariz peculiar. Sumado a eso llevaba el cabello corto estilo interna de reformatorio, que hacía que resaltaran aún más sus rasgos faciales. Alguna vez intentamos hacer correr el rumor de que todavía servía sentencia en el Pelletier, pero era obvio que no era cierto, porque todos sabíamos donde vivía. Es lo que tienen los pueblos...
Cuando “nos” volvió en cuarto año, nos impactó tanto volver a verla, que cuando la habíamos dejado éramos niños todavía y ahora ya adolescentes hechos y derechos. Y en uno de esos momentos “doppler” que ocurren cuando hay un murmullo general y de repente se callan todos menos uno, Manolo G. dijo al aire lo que era vox populi pero que a nadie ni siquiera le importaba decírselo a la cara: “¡qué fea que es, pobre! Yo no la tocaría ni con un palo”.
Una constante durante sus clases era que cada tanto se escuchaba por entre los pupitres: “prrr! prrr! Querés perejil?” Yo una vez me conseguí en el periódico local un artículo que hablaba sobre el tráfico ilegal de loros en la provincia. Lo recorté y lo puse en un tablón de anuncios que había por los pasillos bajo el rótulo “para leer en la clase de química”, con tanta buena suerte que el director de estudios leyó el rótulo pero no la nota, vino a darnos un discurso sobre lo bueno que era que hayan alumnos (léase yo) que utilizan estos tablones para asuntos serios como recortes periodísticos que pueden ser utilizados durante las clases y no para todas las guazadas que se estaban escribiendo allí, y después fue a decirle a la condorito que le habían colgado algo para leer en su clase. Obviamente fuimos todos corriendo a espiar por detrás de una ventana el momento sublime en que ella se asomó al tablón para encontrarse con la cruel realidad.
Otra información que nos cayó de arriba y que para mi fue difícil de creer hasta confirmarla, fue que cuando se enojaba-enojaba, le salía la villa de adentro. Yo pensaba: no puede ser. Esta chica da clases en la universidad, va a congresos en el exterior, publica en revistas internacionales con referato y de alto índice de impacto... Pero, la villa es la villa y una vez más, la tradición oral estaba en lo cierto. Que cuando el nivel de ruido en el aula se volvía insoportable para su clase magistral dictada con las manos desde el frente del auditorio, se le escapaba como en un aullido de lobo “¿pero quién é lo que tá gritando?” que hacía que el nivel de ruido aumentara porque toda la clase rompía en una gran carcajada. Otra frase de las extrañas que aparecían en su repertorio era “no se hagan de los vivos”. Lo curioso es que ella era conciente de esto, ya que entre los varios dibujitos de condoritos y narices que se encontraba estampados en la pizarra al principio de cada clase, estaban estas frases escritas por allí. Pero nunca dijo nada al respecto, alguna vez una especie de autobroma sobre lo mal hablada que era, pero nada más. Y como la crueldad se puede siempre llevar al extremo, y la de los adolescentes ni te digo, empezamos a usar ese lenguaje en la vida cotidiana. Delante de ella, claro. “¿Quién é lo que tiene mi libro?” “¿Quién é lo que va a venir eta tarde al partío de fúbol?” And so on, and so forth...
Mi madre daba clases con la condorito en otra escuela, así que yo tenía un poco de información extra sobre su vida. Gracias a eso supe -por ejemplo- que los lunes la condorito terminaba su clase en el otro establecimiento a las 11 y tenía que estar a las 11.15 dándonos clases a nosotros. Así que siempre llegaba sobre la hora y conduciendo el coche a mil. Eso fue debidamente aprovechado un día en que llovía torrencialmente y le cerramos el acceso al parking poniendo una cadena tensa en posicion horizontal a la entrada. Sobre las 11.10 nos apostamos en la puerta del colegio, debajo del techo, a unos 20 metros de la cadena, haciendo conjeturas varias sobre la física de la situación, y los posibles escenarios de catástrofe que teníamos por delante. Fue lo más cercano a un reality que habremos tenido en ese entonces.
Afortunada o desafortunadamente, pasar lo que se dice pasar, no pasó mucho. Ella vio la cadena a tiempo, frenó, se puso a darle a la bocina como para que alguien vaya a sacar esa cadena bajo la lluvia torrencial, nosotros desde la puerta disfrutando como en el coliseo pero sin intervenir, que ella misma nos enseñó que en los experimentos hay que tener la menor intervención humana posible. Al final, tuvo que bajarse del coche bajo el gran chaparrón, hacer todo el trabajo de sacar la cadena ella solita, darle un feroz reto al pobre cura administrador por haber puesto esa cadena en un día de lluvia, y -una vez empezada la clase- aguantarse que alguna voz en el fondo le pidiera con ingenuidad disimulada si ese día no nos podía explicar algo relacionado con “la cadena alimentaria” o “la cadena del baño”.
Otro día informome mi madre que era el cumpleaños de la condorito, y dispuestos a perder horas de clase, comenzamos a organizarle la fiestita. Improvisamos una torta de cartón con unas láminas viejas que había por allí de la feria de ciencias, y nos tomamos prestados unos candelabros de la iglesia para cumplir con el rito del apagado de las velitas. Obviamente la pizarra fue ornamentada con dibujos de globos y guirnaldas, en el centro un gran condorito multicolor sonriente con un bonete en la cabeza. Ella por supuesto quedó entre emocionada y contenta, y nosotros entreteniéndola como para que cuente cualquier cosa de su vida y se vaya la hora, hasta que vino el cura director a buscar a los responsables del sacrilegio de haber profanado el templo. Le devolvimos sus velas aunque no el vino de misa ya consumido, y todo volvió a la normalidad, aunque nunca confesó cuantos años realmente había cumplido.
Sobre el final de mi paso por el instituto me cayó también la novedad via mi madre de que la condorito había conseguido novio, lo cual fue una sorpresa enorme para toda la división, que rápidamente se dedicó a indagar en su vida privada hasta el hartazgo pero ella no soltaba prenda. Y entonces decidimos que había que conseguirle también un novio a la de historia, bajo la presión de que “mire que hasta la condorito consiguió uno”. Tiempo después cuando ya había dejado yo el colegio y había cambiado un poco la conducción, me enteré por los que seguían siendo alumnos que (y esto mi madre jamás me lo habría contado) parece ser que su novio era divorciado y ese tema le traía conflictos con la santa madriglesia, que tuvo que renunciar a dar clases o se tuvo que ir a vivir con el novio a otra ciudad, o alguna combinación de las dos.
A lo mejor en el encuentro ese del 8 de octubre hay una mesa para los que llevamos vidas descarriadas (aunque siguiendo el espíritu inclusivo de Don Bosco yo más bien llamaría a este rubro “alternative lifestyles”), y nos sientan juntos allí. Igual, puestos a sincerarnos ella tranquilamente podría mirar mi anillo de casado y decirme a la cara: “yo siempre lo supe. Claro, con esa madre que tienes. ¿Quién é lo que se rie ahora, eh? ¿Quién?” Mmm.... no se si iré al encuentro este, espero que pongan fotos en el facebook, eso si.