jueves, 5 de noviembre de 2015

Bodas de Plata

 So wake me up when it's all over
When I'm wiser and I'm older
All this time I was finding myself
And I didn't know I was lost
Un día de estos me va a caer la invitación al buzón de correo electrónico, que se cumplen 25 años de nuestro"egreso" del colegio secundario hacia la vida adulta y seguro que la peña algo va a organizar. Igual, lo más probable es que una vez más me pierda los festejos del aniversario, que  estas fiestas suelen coincidirme con el MadBear y yo no puedo estar en todos lados, así que seguramente me enteraré de los detalles del evento por la radio o por lo que después se dice por ahí  en las redes zoociales.

Este tema me aparece recurrentemente en terapia (que ahora por cuestión de costes lo hago con un autómata celular desde mi nuevo portátil, y realmente funciona bastante bien, que de todas las recomendaciones al azar que me hace el ordenador en 30 minutos hay un par que no viene mal.Y todo por 5 € la sesión, un regalo tú): que quizás yo no quiero asistir a estos eventos porque no estoy preparado todavía para aceptar la verdá e la milanesa: que todos hemos crecido y ya nos hemos convertido en adultos responsables. Nos guste o no. Hayamos huído en el medio de la noche oscura de esa selva subtropical sin decir adiós ni mirar atrás como dice el evangelio (Lucas 9:62) o no.

El autómata dice que lo que yo en realidad tengo miedo de volver allí y verme reflejado en todos esos que voy a encontrar alrededor de la mesa: con barba, barriga, poco pelo en la cabeza y -¡horror!- mujeres e hijos quizas bastante mayorcitos desparramados por alrededor. He meditado sobre este tema en el momento ese en que el metro se detuvo por unos minutos más de la cuenta "por culpa del comportamiento incívico de una persona" según los altavoces,  y creo que mi veredicto es más o menos unánime (entre todas las voces que siempre están hablándome alrededor): que para mi la escuela secundaria fue como un sueño extraño, largo, loco y maravilloso como ese que tuvo Alicia. No la Alicia que seguramente te estás imaginando tú sino la otra, la del conejo. Y como en el país de las maravillas, ahora mismo me voy a sentar en un árbol a esperar a que el roedor blanco ese regrese a conducirme  hacia esos 5 años de absurdidad.



Excepto que el roedor no es un conejo blanco sino más bien una ratón. Blanco. De esos de laboratorio. Muerto, que lo tenemos que disecar en los 40 minutos de la clase de biología  luego de haberlo ahogado en formol mientras algunos con más corazón consuelan a Jorge que fue el que compró el animal y se encariñó con él durante el fin de semana. Acabado el experimento decidimos deshacernos del cadaver (previamente habíamos convidado al cura rector que justo pasaba por las inmediaciones "a que se sirva un aperitivo antes de su almuerzo" exhibiéndole las entrañas del difunto animal, pero no fue aceptado) y dejarlo entre las cuerdas del piano de la profesora de música, para luego seguirla por todos lados y por varios días hasta que finalmente se sentó ella a intentar hacer sonar el aparato rodeada de un halo de misterioso hedor.

Riéndonos a carcajadas -una constante en este viaje- decidimos
una vez más regresar a casa antes de hora, trámite que se realizaba con facilidad  gracias a las habilidades caligráficas de Daniel que falsificaba a la perfección las firmas de cada uno de nuestros progenitores.  Alguna vez te tocaba la mala suerte de que tu madre llamara  justo ese día porque te habías dejado el paraguas en casa mientras tú estabas paseando por el otro lado del río, y había que pagar ese error en carísimas amonestaciones y suspensiones. Era el precio de jugar a la ruleta, como lección de adolescencia no estaba mal.
Aunque escaparse tenía lo suyo, la verdadera diversión estaba adentro.  Para la feria de ciencias habíamos prometido un video con un documental de la re-presa de Yacyretá y en su lugar pusimos al aire unos episodios de Jem and the Holograms que nos convirtieron en el stand más popular de la muestra (e igual ganamos el premio mayor ese año porque el resto de lo que había para ver por allí era mucho peor).

Y la de música, que nunca se entera de nada, como que han cambiado las reglas y si entregas la hoja del  examen antes de final de hora no puedes salir al patio. La muy naif envió a José "a averiguar con el director de estudios" si podía dejarnos salir de esa cárcel y de esa prueba absurda. Y José que después de un paseo por ve tu a saber donde regresa con aire de lo más docto, y  anuncia lo que se había inventado él en el camino, que el director de estudios autorizaba la salida de alumnos "siempre y cuando portaran un libro de texto bajo el brazo". Y ahí corriendo todos hacia el patio blandiendo el Zarur, eligiendo el punto más lejano de la cancha de futbol y de espaldas mirando hacia la calle, así cuando comienzan los gritos del preceptor ordenándonos regresar, hacemos como que no lo escuchamos, y va a tener que venirse el pobre desde unos 50 metros más allá para arrearnos a todos y hacernos volver al brete.
Sobrevivir en ese núcleo zoocial no es trivial, a quien se le ocurre encerrar a 45 adolescentes de 7.15 a 12.35 (o hasta las 13.10 si ese día tocaba educación física) de lunes a viernes, justo cuando la actividad hormonal comienza cual volcán a bullir con virulencia creciente. La propuesta pedagógica de mi marido -que conviene ser escuchada ahora que su nombre aparece en las primeras páginas de libros con alto índice de impacto en estos temas- es que cuando un niño llega a la pubertad hay que encerrarlo en plantaciones o fábricas clandestinas chinas de esas que exigen mucho esfuerzo físico, hasta que cumplan 18 años. Una vez cumplida la mayoría de edad, traerlos de regreso a la ciudad para que coman algo y estudien un poco que ya estarán más calmados. Es que las hormonas en esa etapa de tu vida están a full, y es difícil concentrarse en el Martín Fierro o en Rimski Korsakov. Que son más llamativas esas revistas que vienen adentro de un paquete negro con una inscripción advirtiendo que está prohibida para gente de nuestra edad. Y ya lo sabes, si se te ocurre aparecerte en el colegio con ellas, te las van a robar al menor descuido ya que el público interesado es enorme. Siempre las podrás encontrar al final del día tiradas en el baño de alumnos, seguramente ya inutilizables o no dependiendo de que tanto te vaya el rollo kinky.
Tampoco te conviene que la comunidad se entere que hoy es el día de tu cumpleaños, sino preguntale al pobre Cristian que acabó totalmente desnudo en la cancha de basquet con toda su ropa colgando del aro.... "Parece una escena de película porno" reflexionaba Eduardo mientras sentados en las gradas bebíamos una coca cola y lo veíamos al pobre intentar bajar su ropa con un palo, aterrorizado porque en 3 minutos iba a sonar el timbre de recreo y su audiencia en vivo se iba a multiplicar por 5.
Otra escena divertida se vivía cuando venían los padres de los futuros ingresantes a entrevistarse con el cura rector y -por ley de la vida- cada año aparecían madres más jóvenes, de buen ver, y bien producidas como si de ello dependiera que a sus retoños los aceptaran en tal magna institución educativa. Fue una mala decisión logística poner el aula de los más mayores justo delante del despacho del cura, que los gritos y aullidos de "el corito" -como nos decía la profe de inglés cuando el pavote de turno no sabía como se decía "martes" en la lengua franca y el resto de la clase intentaba "soplarle" la respuesta y sin querer la susurrábamos todos al mismo tiempo produciendo un rarísimo efecto doppler con nuestras voces- hacían que la entrevista fuera casi imposible de realizar. Y obligaba al cura a venir cada tanto a intentar calmar a las fieras. Pobre iluso, nunca lo consiguió. Más de una vez ocurrió el extraño fenómeno de que una vez comenzado el griterío de la tribu ante la aparición de alguna femme fatale de esas, alguna tímida pero indignada voz anunciara que la tal hembra resultaba ser su propia madre que estaba allí intentando embocar otro crío en el mismo colegio. Y con algunas risas con un poco de vergüenza la jauría se calmaba, que habían algunas líneas rojas que no se debían cruzar, aunque luego por lo bajo se escucharan comentarios del tipo "que fuerte que está la madre de ese" que nunca le llegaban directamente al susodicho para evitar incestos no deseados.

Para disciplinarnos se intentaron varios métodos. Algunos más exitosos que otros. Preguntadle del tema a Kiko que justo faltó a clase el mismísimo día que el de castellano nos advirtió que hasta ese momento había utilizado el método preventivo de Don Bosco que -según él- consistía en ignorar todas las burlas e insultos que el corito le venía gritando desde el fondo del aula, y que comenzaban las amonestaciones. Y el pobre Kiko -ignorante de las nuevas reglas- comienza a torearle desde allí atrás. Era solo su voz la que lo increpaba esta vez, porque el resto ya estábamos advertidos, y no sabíamos hasta qué punto iba a ser verdad lo de las amonestaciones o no. El misterio fue develado en ese mismo instante con una citación a los padres y suspensión de 3 días. Y todo por culpa de Don Bosco.

Igual la manada era un hueso duro de roer y conmover. Como prueba de ello está la anécdota de cuando vino el preceptor a pedirnos que por favor tengamos un poco de comprensión con el profe de historia que estaba teniendo "problemas familiares", y la jauría de salvajes que éramos puso cara de "pobre" e incluso nos mostramos conmovidos y solitarios por unos minutos. La tregua se rompió cuando apareció el conflictuado a dar su clase y una de las voces del coro le gritara con claridad como para que se sepa que lo sabemos un "¡cornudo!" tan fuerte que nos devolvió a esa realidad de que nosotros no nos compadecíamos de nada ni tampoco temíamos a casi nada. Como la vez esa que no se a qué brillante cabeza se le ocurrió que para confraternizar con las mujeres de la escuela de monjas del centro, tendríamos que organizar un retiro espiritual conjunto. Al cura rector -que tampoco se entera de mucho- le pareció una buena idea, y acto seguido montamos una comisión para tal fin. Unos días después fuimos tres o cuatro al colegio de monjas, todos de elegante saco y corbata, peinados a la gomina haciendo de cuenta que somos buenos cristianos y honestos ciudadanos. Y nos atiende una de las siervas esas que siempre tienen las monjas ahí en la puerta vigilando para que las alumnas no salgan a la calle a quedarse embarazadas en horas de clase. Y José que con aplomo nos anuncia: "venimos a ver a la reverenda Verónica".... y mientras la sierva va a averiguar si esto es una broma o nos tiene que dejar pasar, él por lo bajo murmura "a la reverenda hija de puta" y nosotros que no podemos contener las carcajadas hasta que aparece la reverenda con una cara de perro que yo primero pensé que la habíamos sacado de la oración o algo así, pero se ve que es la cara que tiene. E igual nos salimos con la nuestra, y no solo que perdimos toda la mañana con ese tour al colegio ese de mujeres donde solo nos dejaron ver a la susodicha reverenda y la sierva de la puerta ya que el resto de las chicas estaba enjaulada en los pisos superiores, sino que hubo toda una jornada de retiro espiritual que más tarde nos enteramos que había sido organizada con el único y exclusivo objetivo de "hacerle gancho" a no se que chico de los nuestros con una de las de las que iban allí.

Y tengo que volver a repetirlo: ¡ay, que la de música no se entera de nada! Como que la videocasettera de la escuela no funciona. Nunca en los 5 años que estuvimos allí habíamos conseguido arrancarle una imagen a ese aparato. Igual le vamos con el cuento de que trajimos un video de Mozart y que queremos verlo en clase. Y ella -supongo que también con ganas de no hacer nada ese día- nos deja. Tardamos unos 20 minutos -la mitad de la hora de clase- montando todo el equipo con la videocasetera, la tele, los parlantes, y al meter el casette adentro de la ranura, ¡glup!  Nada ocurre. Como era de esperarse. Y hacemos por un rato el numerito de darle unos golpes a la máquina para ver si arranca con predecible resultado. Luego -tal como estaba estipulado en el libreto- Eduardo anuncia que hay que llevarla a reparar, lo cual nos regala a  un comité de 3 personas elegidas para tal fin una visita  al centro de un par de horas para tomar helados y ver la vida pasar desde unas sillas más cómodas que los duros bancos de madera del colegio. Después regresamos con la mala noticia de que ese aparato no se puede arreglar, pero a nadie parece importarle algo que ya todo el mundo sabe, y nadie nos reclama la mañana perdida en la calle, y nosotros que con tan poco somos felices.
Algo se aprendía allí, tampoco quiero que quede la idea flotando (como si me importara) de que nos la pasábamos de gran fiesta gran de 7.15 a 12.35 (o 13.10 si había educación física). Había un abanico bastante amplio que iba desde dos o tres geeks hasta los"cascotes". A estos últimos se le podía "soplar" cualquier cosa que ellos recogían la información sin procesar y la escupían en voz alta provocando las carcajadas de todo el alumnado y profesorado allí presente. Como cuando al Héctor le hicieron decir en voz alta que el puerto más importante del Pacífico Sur estaba en Bolivia, o esa vez que no hubo coincidencia entre  las voces del pueblo que -como el coro de mujeres de Medea o las voces que ahora pululan alrededor de mi cabeza- intentaban echar luz sobre el gran dilema al que se estaba enfrentando Raúl en ese mismísimo instante en que tenía que decidir para acabar con el sufrimiento oral de la lección de geografía si el clima de la región esa donde vivíamos era "subtropical sin estación seca" o "subtropical con estación seca"... y  se produjo un debate de susurros ya que el corito  no se decidía por el "sin" o por el "con". Y el profe que se exaspera y pide sentencia allí mismo: "sin o con?" Y Adrián que le sopla por debajo el sonido onomatopéyico más próximo a lo que el profe le dijo, algo así como "king kong" y el pobre estúpido quiero creer que de los nervios va y repite eso en voz alta para pasar a los anales del anecdotario del curso.


Y una pena que la dicotomía esa de la estación seca haya sido oral, porque yo una vez zafé por escrito cuando te preguntaban si fulanito de tal formaba parte del grupo de los cinco o no, y mi respuesta escrita fue algo así como "fulanito de tal SíNo formaba parte del grupo de los cinco", y acto seguido tracé unas rayas entre la "i" y la "N" cosa de que se notara de que algo había sido tachado y una sola palabra era la que yo consideraba válida, pero sin que quedara claro cuál. Todavía conservo ese examen con la nota máxima, y obviamente nunca fui a preguntar cómo fue que corrigieron eso.

Alguna vez el profe de mates "descubrió" que poniendo música clásica de fondo mientras resolvíamos problemas nos tenía un poco más tranquilos. La noticia fue debidamente compartida con sus colegas, y unos días después viene la pelotuda de música -la única a la que siempre conseguíamos que se sentara justo donde le quedaban muy bien calzadas las dos cornamentas de ciervo que Daniel artísticamente dibujaba en la pizarra durante el recreo detrás de su silla- a intentar repetir la receta y ponernos el bolero de Ravel. Mala elección, que el corito de siempre improvisó rápidamente un karaoke de aullidos siguiendo la melodía de esa canción mientras ella desesperada miraba a todos lados intentando encontrar "de dónde venía esa voz" cuando en realidad no venía de ningún lado sino que de todos. Pobre mujer, entiendo que tenía miles de motivos para no querernos y quizás por eso haya desestimado desde el vamos nuestra propuesta de "himno del colegio" cuando se hizo el concurso para tal fin. Que bajo el ritmo de Popotitos y con letra de SSS, Eduardo fue a hacer la payasada de cantarla delante de ella:


Mi amor entero es el Colegio XXXXXXI
Sus horas son como estar en el Paraíso
Y si algún ruido extraño escuchás
Estate seguro que no es acá.

¡Oh, XXXXXXI sos un primor!
¡Vamos adelante con Don Bosco corazón!
¡A mi XXXXXXI yo le di mi amor!
A mi me tenía bien calado la muy astuta. "Vo so de los que tira la piedra y esconde la mano" me dijo una vez. Y tenía razón. Y tiene razón. "Tercerizar" es la palabra que utilizo en estos días para designar a esta actitud de pergeñar planes para que luego lo ejecuten otros y uno quede a buen resguardo. Se podría decir que eso lo aprendí en la escuela, y me permitía ejecutar con éxito algoritmos como el que ocurría en la primer hora de clase de cada año, que consistía en sentarme el primer día de clases en la primer fila de bancos, bien cerca de la mesa del profesor, mientras que los sospechosos de siempre se escondían por atrás. Pero luego venía el preceptor y los hacía sentarse adelante.... en el asiento que yo con sumo cuidado les estaba guardando para quedarme con el de ellos,  en los últimos lugares. Y así año tras año, una receta perfecta y eficiente como un relojito. Y cuando me preguntaban qué hacía allí atrás respondía con inocencia que fui enviado a esa zona de salvajes y malandras contra mi propia voluntad ("y asi te fue" me diría la tía Elena pero creo que ya es hora que se calle porque lleva más de 20 años muerta y podemos darla por caducada).

La que llegó tarde al tema de la música de fondo fue la de química, que cuando quiso ejecutar el gran descubrimiento pedagógico del año de ponernos música de fondo para calmarnos le dijimos que ya estábamos aburridos del tema y que mejor otra cosa. ¿Otra cosa como qué? preguntó ella. "Queremos cantar canciones químicas" le respondió una de las voces del interior del aula, de esas voces anónimas, de las que tiran la piedra y esconde la mano. Y las carcajadas nuevamente retumbaron en toda la sala pero no nos salvamos de tener que volver a sumergirnos en las leyes de Lavoisier en silencio o sin él, que no eran fáciles esas clases.
De todos modos, el mejor lugar para cantar era la iglesia. Y tenía una cierta gracia asistir a las misas esas super temprano a la mañana en ayunas, donde el monaguillo de turno le echaba más vino del debido al cáliz que después se tenía que beber por completo el padre Ambrosio -también en ayunas- y luego andaba borracho como una cuba por los pasillos a las 9 am. Entre eso y que José Luis siempre conseguía colar algun nombre extraño como Pedrito Rico o Susan Tidad en la lista de difuntos por los que teníamos que orar durante la celebración, ya hacían que el hecho de ir a a misa bien valiera una misa.

Pero una de las mejores proezas conseguidas por "el grupo" fue cuando una mañana  nos encontramos con que el padre Ambrosio -que ya estaba por los casi 80 años- venía caminando lentamente por el pasillo a la velocidad que le permitía la vida avanzar a esa edad. Nosotros estábamos en la sala de educación física -en el extremo opuesto a ese pasillo- buscando vaya a saber qué. Rápidamente un iluminado sacó todas las balas que habían allí (las que se usaban para el -valga la redundancia- "lanzamiento de la bala") y acto seguido las pusimos a rodar en paralelo una al lado de la otra como si fueran bolas de billar por el pasillo. Todas en la dirección en la que avanzaba lentamente el padre Ambrosio. Y las baldosas comenzaron a rugir cada vez más fuerte mientras las esferas metálicas adquirían una cierta velocidad, y el cura que desde lejos comienza a darse cuenta de lo que se le está viniendo encima, y que por más reflejos rápidos que tuviera, el cuerpo no le va a permitir irse corriendo de allí. Por suerte el más allá le envió al director de estudios que también sintió ese ruido extraño por el pasillo y detuvo las balas que iban a tumbar directamente al cura justo a tiempo. Un par de semanas más tarde vino a decirme el susodicho director que le había parecido muy ingeniosa nuestra idea, y ese fue -en mi opinión- el momento de nuestra graduación.
Y en llegando a este rincón toca ya despertar, que si bien no hubieron en este sueño ni reinas de corazones ni liebres de marzo, sí que pasamos una buena siesta de alrededor de 5 años, que fue mejor que ir de plantaciones y que por suerte acabaron con final feliz o al menos para mí. Ahora tocaría despedirse con música solemne de fondo, quizás el bolero de Ravel o algo del Grupo de los Cinco. En todo caso debería ser música de piano. De ese piano, el de la profesora de música. Entenderéis que no se escuchen las notas altas pero es que hay un ratoncito blanco durmiendo profundamente un sueño de formol allí escondido, pobrecillo.

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