lunes, 19 de junio de 2017

La Tierra Prometida

(el coro de la parroquia)



El día de la "toma de posesión del inmueble" mientras aguardábamos  la hora exacta de la transacción según estipulaba el contrato de compraventa, junto con unos amigos que iban a ayudarnos en la mudanza nos sentamos a tomar un café delante del edificio donde me esperaba mi nueva vida.

Fue ese el preciso instante en el que supe que  finalmente iba a conseguir develar el misterio que me había mantenido en vilo por los últimos 8343 días de mi vida de vagabundo sobre este planeta: si yo era profeta o pueblo.

Que si lo primero podría haber sido un gran honor, que seguro que en el mercado del barrio te atienden primero si eres profeta, y la gente habla más de ti que eso tiene su costado bueno a veces. Pero si algo has leído en las aburridas tardes de tu infancia donde no existía ni el interné ni el whassap ni el twitter ni el facebook ni el teléfono inalámbrico así que aburrida seguro que era, a lo que iba, que el Libro Bueno te cuenta que el profeta solo puede ver la tierra prometida como yo estaba viendo la terraza de mi futurible morada desde el cafe, pero no poner jamás sus pies en ella.
Vamos, que alguien de buena voluntad tendría que recortar un poco las historias bíblicas que un Dios así mucho éxito de audiencia entre los potenciales nuevos usuarios no tendrá. Pero no hablaremos del Altísimo aquí que tenemos todavía vigente un pacto muto de no agresión: que mientras mi madre siga viva yo l@ dejo tranquil@, y él (o Él, o ella, o Ella) me deja tranquilo a mi. Después ya sacaremos todos los trapitos al sol cuando llegue el momento.


A lo que iba, señora. Que estaba yo atento a ver si ahí mismo no se producía algún cataclismo de esos de películas del género, y se larga una tormenta -por tomar una catástrofe al azar- que haga que el agua del mar que estaría a un medio kilómetro de allí crezca e inunde las calles y no pueda yo atravesar nunca esos 50 metros horizontales más unos 30 verticales que me separaban de la tierra prometida.
¿O será mi acompañante el profeta y la desgracia le caerá a él? Como que ya había él pagado su parte del boleto de compraventa, el asunto tenía un cierto morbo, aunque tampoco me hacía mucha gracia escarbar sobre el mismo que para desgracias ya tenemos los últimos resultados electorales de cualquier parte del planeta. De todos modos, un profeta se supone que  va siempre al frente de la manada, y yo me he especializado últimamente en mandar al frente a otros y quedarme yo en la retaguardia, así que no creo que en unas oposiciones para cubrir plazas de profeta-funcionario me hubiera ido muy bien vistos los antecedentes. No. Profeta yo, como que no.

Pero retrocedamos el reloj exactamente 22 años, 10 meses y 3 días antes de ese momento de la toma de posesión, cuando tocó abandonar la casa paterna/materna (que en realidad ese inmueble está registrado como bien familiar, o sea que pertenece tanto a mis padres como a mis hermanos y hermanas como a mí excepto el garage que se lo pusieron unicamente a nombre de uno de mis hermanos pero esa es otra historia).
Que tampoco hubo ni zarza ardiendo ni plagas provocadas para que me dejen ir. Nada de eso, lo más cercano a la zarza fue una especie de ir tomando conciencia que de repente me habia arrimado tanto, pero tanto al borde de la piscina que no me quedaba otra cosa que tirarme a ver qué había ahí adentro. Y lo que hubo fue un bus que me llevó a vivir a una ciudad unos 1000 kilómetros más allá de la mía, sin saber adonde iba a dormir la noche siguiente, pero sin miedo ni temor.
El LibroBueno dice unas quinientas páginas más adelante de las plagas y las zarzas que cuando uno pone las manos en el arado ya no mira hacia atrás, y esa parte se ve que me la aprendí bien porque eso hice. No volví a mirar para atrás, y seguro que me perdí muchas cosas y quedé mal con mucha gente, pero la experiencia fue vertiginosamente tan excitante que me dediqué a repetirla luego a otras escalas: la terminal de bus se convirtió en aeropuerto, y los kilómetros en otras unidades de distancia, y de culturas, y de idiomas,... en un momento dado mis padres dejaron de acompañarme a estas despedidas creo que porque ya no sabían ni para qué iban (si total yo iba a volver a pasar las navidades por allí), y yo mismo me angustiaba de verlos angustiados a ellos, así que ese fue otro pacto de no agresión firmado sin palabras y que respetamos a lo largo del espacio-tiempo hasta el día de hoy.

Mi desierto ni duró 40 años ni tuvo aventuras de las que se harán películas en el futuro ("ese" tipo de películas tampoco), pero fue entretenido. Hice muchas millas repartidas estratégicamente en programas de viajeros frecuentes varios, que incluso me dieron varias millas extras para seguir viajando. En eso sí que les gané por goleada a los pobres peregrinos del pueblo elegido, que iban a pie o en camello.
En el camino ni se me abrió el mar ni tenía cada mañana "all you can eat maná", pero sí que comí cosas de lo más insólitas, vi paisajes impresionantes, y conocí gente, mucha, mucha, mucha gente. Varios me acompañaron por un rato, y algunos por bastante más. Irónicamente, cada vez que anunciaba que me mudaba a X, todo el mundo me hablaba pestes de X. ¡Y después resultaba que X era un lugar fabuloso y con gente muy interesante!

Quizás es que yo soy muy ingenuo (como mi madre) y a todo le veo algo positivo (!ja! dice la Tía Elena QEPD desde el más allá), aunque sí que me encontré más de una vez con  lugares a los que -como dicen en mi pueblo- "les hice la cruz" ni bien verlos desde lejos y solo estuve allí el tiempo justo y necesario como para hacerme alguna idea antropológica de la vida y costumbres de esa tribu para luego partir sin mirar atrás.
Tampoco llegué al extremo  bíblico de sacudirme el polvo de mis zapatos al salir porque en general o no llevo zapatos o no hay polvo para sacudir, o no recuerdo muy bien ese episodio como para aplicarlo a mi vida cotidiana.

Y toda caminata tiene sus secuelas, como las agujetas al día siguiente de una larga jornada por la montaña. A mi  de tanto repetir esto de que "mañana te toca subirte a un avión que
te llevará a vivir a un lugar donde nunca has estado antes y no tienes ni la más pálida idea de cómo es la vida allí pero tendrás que apañarte", empecé a desarrollar pesadillas recurrentes sobre ese tema: yo llegando a un aeropuerto con un billete en una mano, una valija en la otra, y sin saber si voy al frío o al calor, o arriba o abajo, y con una angustia creciendo en mi pecho haciendo juego con los latidos de mi corazón. Y despertarme sin saber adonde estoy, desorientado por un rato.  Por un largo rato...

Pero todo eso cambió cuando encontré mi lugar. O lo encontramos, porque en el camino he conseguido uno que se viene conmigo. O soy yo el que lo sigue a él, eso es algo que bien podríamos dilucidar en este preciso instante en que ambos intentaremos  cruzar la calle, picar el portero eléctrico y subir los 9 pisos que nos separan de la tierra prometida.  Si es él quien se queda a medio camino o yo. O los dos. Porque es cierto que fui yo quien dije que ahora tocaba cambiar de continente, pero él eligió la ciudad donde vinimos a parar. Y la casa la elegimos entre los dos. Y la pagamos a medias. Mi banco y él.

Al final como no conseguimos sponsors para hacer aquí una pausa comercial y alargar el climax de este relato, vamos directo al desenlace, que resultó ser que los dos conseguimos llegar sanos y salvos a nuestra nueva morada y tomar posesión de la misma, así que o no hay Dios (cosa que entraría en una catastrófica contradicción con las enseñanzas de nuestras maestras de la escuela primaria) o ninguno de los dos es profeta, o ninguna de las anteriores afirmaciones es correcta, o las tres son correctas. Lo cierto es que estamos comenzando a echar raíces en este lugar, y las pesadillas viejas de "estoy de viaje pero no se adonde voy" ahora se reciclaron en unas más interesantes del tipo: "me despierto en medio de la noche y escucho unos ruidos que no se que son."  Ya se nos pasarán también. O no. Da igual porque, como dice la canción. él o ella o Él o Ella no nos trajeron hasta aquí para volver atrás. Amén.



sábado, 23 de julio de 2016

Trans hito

I'm a genie in a bottle baby
Come come, come on 
and let me out


La aparición de Aurora nos tomó a todos por sorpresa, porque nadie nos había anunciado esa tarde que vendría a vernos. Es más, casi nadie sabía que existía Aurora. Esperábamos a otro y de repente nos apareció ella en la puerta, a la hora en que tenía que llegar el otro. Y -como que nos jactamos de ser sapiens inteligentes en la zona donde me toca ir a ganarme el pan de cada día- tardamos una décima de segundo en darnos cuenta que el otro ya no vendría ni ahora ni una hora más tarde, no vendría nunca. Aurora era el que había sido el otro y ya estaba allí. Y habríamos de acostumbrarnos a que la cosa iba a ser así a partir de ese momento.

Mi primer reacción fue muy de señor sajón (me sale mas o menos bien ya que puedo practicar eso en casa todos los días), como de esos que no se inmutan ante nada. La atendí con cierta indiferencia mientras confirmaba que venía a la reunión que teníamos con el otro que ya no iba a venir, y la hice pasar. Mi corazón iba latiendo a destiempo de mi pretendida flema inglesa, pero nada serio que una pastilla extra de enalapril pudiera solucionar. 
Un rato más tarde, cuando la reunión  se había acabado y ella desaparecido del horizonte,  nos reunimos varios de los que estábamos por allí para comentar "las novedades", y mientras respirábamos en una bolsa de papel descargando el exceso de adrenalina producido por semejante aparición, comenzamos a digerir el hecho de que uno de los aprendices más brillantes que tenemos en ese corral donde a diario nos pasamos unas horas viendo la vida pasar había abandonado los pantalones para ponerse las faldas de Aurora y -esto ocurriría unos días más tarde- comenzar a hormonarse.

La primer impresión siempre es como de manual: "mira que hay que tener cojones para hacer eso"... "que admirable lo suyo", "era la última persona de la que me esperaba algo así" etc, etc, etc.... pero luego te empieza a caer la ficha y pasas por varios estados de ánimo que son difíciles de entender. 

Porque quizás a ti no te pasó nunca que de repente quisieras jugar con los juguetes prohibidos del otro sexo,  o vestirte con las ropas del progenitor con el que no has de identificarte, o hacer pis sentado/parado (tachar lo que no corresponda).... Pero seguro que en tu vida siempre hubo un armario, o dos, o tres... y quizás te sientas super orgulloso de haber salido de alguno/s de ésto/s, pero fijo que estás todavía encorsetado en varias cajas y las chances de libertarte cada vez van siendo mas escasas, o ya te estás acostumbrando a que "la vida es así", o te refugias en las victorias pasadas para evitar mirar los desafíos pendientes... Y de repente te aparece una hembra como ésta a recordarte que todavía se pueden dar grandes saltos en la vida, o al menos todavía hay gente que los da y no se muere en el intento. Por suerte.

Por esas cuestiones del azar (¿azar? ¡ja!) me toca vivir en un barrio que se diría "progre-progre", que aquí a las 9 de la mañana o a las 6 de la tarde te cruzas por la calle con obreros de la construcción, amas de casa arrastrando el carro de la compra, y parejas de todo tipo de raza, color, lengua y/o religión en posiciones románticas de lo más interesantes  (estoy seguro que debe de haber alguna de esas guias turísticas que invita a cuanto extranjero quiera venir a vivir libremente su sexualidad que lo haga en mi calle, "que aquí sí se puede" porque el show que ves cada día, nen@, es p'alquilar balcones), y ninguno parece inmutarse en lo que es el terreno del otro. 
Seguramente eres uno de los millones que dirá  que "está bien y así debería de ser", pero es que justamente eso que está bien y así debería de ser no ocurre ni siquiera en la mayoría de los barrios de esta ciudad, y ni hablar del resto del mundo mundial.

Peor aún,.... no me ocurre a mi. Que probablemente mi tía Elena q.e.p.d. me diría que yo ya llevo tantos puntos acumulados que seguro que podría empadronarme con facilidad  en Sodoma y Gomorra al mismo tiempo, pero lo cierto es que no tengo el descaro de salir a la calle con mi marido (ni con varón alguno) de la mano ni a las 9 de la mañana ni a las 6 de la tarde. Una noche muy muy muy tarde -cuando ya no había ni dios por la calle- se me ocurrió que era lo suficientemente seguro como para que podamos hacer un trecho juntos hand in hand... con tanta mala suerte que 200 metros después de esa feliz idea nos encontramos con uno de mis jefes y la vergüenza fue tan grande que ahora estoy obligado a arrebatarle el cargo para no verlo nunca más.  

Es una tremenda ironía que en mi propio barrio, en mi propia calle, donde parece que todo vale y todo puedo hacer, no pueda animarme a salir del armario. Que puedo ser todo lo cariñoso que quiero con mi marido en casa, en el ascensor (cuando vamos solos), en el cine cuando se apagan las luces, en la oscuridad de un bar,.... y ya está. Y que me acostumbre, porque es lo que hay, y lo que habrá.

Y me jode -muchísimo- hacer ese maldito ejercicio mental que l@s fans de la igualdad de género andan pregonando por ahí que es el imaginarme que si mi pareja fuera del otro sexo, para concluir que seguro-seguro-seguro serían mucho mas visibles todas mis muestras de afecto para con ella. Por eso no pude evitar durante mis primeras horas de acomodamiento a la nueva realidad, de odiar infinitamente a Aurora, por haberse atrevido a dar un paso que yo nunca me animaré a dar, por haber dado una patada tremenda a un armario que yo encontraría cerrado con mil llaves y sin salida alguna, por animarse a airear lo que ella es con la naturalidad que yo ya no puedo

La odié por recordarme que los tiempos van cambiando, y que por cierto cambiaron mucho para que yo consiguiera hacer todo lo que pude hacer hasta el día de hoy (que no es mucho me susurra la tía Elena q.e.p.d. desde el más allá), pero que ahora ella se puede permitir hacer algo que si yo lo hubiera hecho con su edad hace años ya, habría acabado en un zanjón. Y por eso ni siquiera me pude dar el lujo de fantasear con vivir como ella ha decidido vivir ahora. Y esta pájara viene así como así a decirme que ahora todo es posible, porque ella puede hacerlo. Porque ella lo hace... Fue como un vendaval de viento fuerte de esos que te dan en la cara cuando abres las ventanas sin mirar afuera antes. Te sorprenden, te refrescan, te duelen...

Por suerte el odio ese se te va pronto casi como vino, y acto seguido sí que te cae la admiración. Y te quedas pensando que realmente eso que te vendieron por ahí que eres el protagonista de una época maravillosa en la historia del ser humano es una gran mentira, que tu todavía eres parte de toda una manada que será recordada como unos pobrecitos que vivieron como pudieron, pero igual privados de miles de cosas básicas. Que lo bueno está al caer, eso sí, y que ya está a la vuelta de la esquina. Al final del día no podrás decir que viviste la época dorada de las libertades, pero sí que has visto la aurora de esa era. Quina enveja...