sábado, 23 de julio de 2016

Trans hito

I'm a genie in a bottle baby
Come come, come on 
and let me out


La aparición de Aurora nos tomó a todos por sorpresa, porque nadie nos había anunciado esa tarde que vendría a vernos. Es más, casi nadie sabía que existía Aurora. Esperábamos a otro y de repente nos apareció ella en la puerta, a la hora en que tenía que llegar el otro. Y -como que nos jactamos de ser sapiens inteligentes en la zona donde me toca ir a ganarme el pan de cada día- tardamos una décima de segundo en darnos cuenta que el otro ya no vendría ni ahora ni una hora más tarde, no vendría nunca. Aurora era el que había sido el otro y ya estaba allí. Y habríamos de acostumbrarnos a que la cosa iba a ser así a partir de ese momento.

Mi primer reacción fue muy de señor sajón (me sale mas o menos bien ya que puedo practicar eso en casa todos los días), como de esos que no se inmutan ante nada. La atendí con cierta indiferencia mientras confirmaba que venía a la reunión que teníamos con el otro que ya no iba a venir, y la hice pasar. Mi corazón iba latiendo a destiempo de mi pretendida flema inglesa, pero nada serio que una pastilla extra de enalapril pudiera solucionar. 
Un rato más tarde, cuando la reunión  se había acabado y ella desaparecido del horizonte,  nos reunimos varios de los que estábamos por allí para comentar "las novedades", y mientras respirábamos en una bolsa de papel descargando el exceso de adrenalina producido por semejante aparición, comenzamos a digerir el hecho de que uno de los aprendices más brillantes que tenemos en ese corral donde a diario nos pasamos unas horas viendo la vida pasar había abandonado los pantalones para ponerse las faldas de Aurora y -esto ocurriría unos días más tarde- comenzar a hormonarse.

La primer impresión siempre es como de manual: "mira que hay que tener cojones para hacer eso"... "que admirable lo suyo", "era la última persona de la que me esperaba algo así" etc, etc, etc.... pero luego te empieza a caer la ficha y pasas por varios estados de ánimo que son difíciles de entender. 

Porque quizás a ti no te pasó nunca que de repente quisieras jugar con los juguetes prohibidos del otro sexo,  o vestirte con las ropas del progenitor con el que no has de identificarte, o hacer pis sentado/parado (tachar lo que no corresponda).... Pero seguro que en tu vida siempre hubo un armario, o dos, o tres... y quizás te sientas super orgulloso de haber salido de alguno/s de ésto/s, pero fijo que estás todavía encorsetado en varias cajas y las chances de libertarte cada vez van siendo mas escasas, o ya te estás acostumbrando a que "la vida es así", o te refugias en las victorias pasadas para evitar mirar los desafíos pendientes... Y de repente te aparece una hembra como ésta a recordarte que todavía se pueden dar grandes saltos en la vida, o al menos todavía hay gente que los da y no se muere en el intento. Por suerte.

Por esas cuestiones del azar (¿azar? ¡ja!) me toca vivir en un barrio que se diría "progre-progre", que aquí a las 9 de la mañana o a las 6 de la tarde te cruzas por la calle con obreros de la construcción, amas de casa arrastrando el carro de la compra, y parejas de todo tipo de raza, color, lengua y/o religión en posiciones románticas de lo más interesantes  (estoy seguro que debe de haber alguna de esas guias turísticas que invita a cuanto extranjero quiera venir a vivir libremente su sexualidad que lo haga en mi calle, "que aquí sí se puede" porque el show que ves cada día, nen@, es p'alquilar balcones), y ninguno parece inmutarse en lo que es el terreno del otro. 
Seguramente eres uno de los millones que dirá  que "está bien y así debería de ser", pero es que justamente eso que está bien y así debería de ser no ocurre ni siquiera en la mayoría de los barrios de esta ciudad, y ni hablar del resto del mundo mundial.

Peor aún,.... no me ocurre a mi. Que probablemente mi tía Elena q.e.p.d. me diría que yo ya llevo tantos puntos acumulados que seguro que podría empadronarme con facilidad  en Sodoma y Gomorra al mismo tiempo, pero lo cierto es que no tengo el descaro de salir a la calle con mi marido (ni con varón alguno) de la mano ni a las 9 de la mañana ni a las 6 de la tarde. Una noche muy muy muy tarde -cuando ya no había ni dios por la calle- se me ocurrió que era lo suficientemente seguro como para que podamos hacer un trecho juntos hand in hand... con tanta mala suerte que 200 metros después de esa feliz idea nos encontramos con uno de mis jefes y la vergüenza fue tan grande que ahora estoy obligado a arrebatarle el cargo para no verlo nunca más.  

Es una tremenda ironía que en mi propio barrio, en mi propia calle, donde parece que todo vale y todo puedo hacer, no pueda animarme a salir del armario. Que puedo ser todo lo cariñoso que quiero con mi marido en casa, en el ascensor (cuando vamos solos), en el cine cuando se apagan las luces, en la oscuridad de un bar,.... y ya está. Y que me acostumbre, porque es lo que hay, y lo que habrá.

Y me jode -muchísimo- hacer ese maldito ejercicio mental que l@s fans de la igualdad de género andan pregonando por ahí que es el imaginarme que si mi pareja fuera del otro sexo, para concluir que seguro-seguro-seguro serían mucho mas visibles todas mis muestras de afecto para con ella. Por eso no pude evitar durante mis primeras horas de acomodamiento a la nueva realidad, de odiar infinitamente a Aurora, por haberse atrevido a dar un paso que yo nunca me animaré a dar, por haber dado una patada tremenda a un armario que yo encontraría cerrado con mil llaves y sin salida alguna, por animarse a airear lo que ella es con la naturalidad que yo ya no puedo

La odié por recordarme que los tiempos van cambiando, y que por cierto cambiaron mucho para que yo consiguiera hacer todo lo que pude hacer hasta el día de hoy (que no es mucho me susurra la tía Elena q.e.p.d. desde el más allá), pero que ahora ella se puede permitir hacer algo que si yo lo hubiera hecho con su edad hace años ya, habría acabado en un zanjón. Y por eso ni siquiera me pude dar el lujo de fantasear con vivir como ella ha decidido vivir ahora. Y esta pájara viene así como así a decirme que ahora todo es posible, porque ella puede hacerlo. Porque ella lo hace... Fue como un vendaval de viento fuerte de esos que te dan en la cara cuando abres las ventanas sin mirar afuera antes. Te sorprenden, te refrescan, te duelen...

Por suerte el odio ese se te va pronto casi como vino, y acto seguido sí que te cae la admiración. Y te quedas pensando que realmente eso que te vendieron por ahí que eres el protagonista de una época maravillosa en la historia del ser humano es una gran mentira, que tu todavía eres parte de toda una manada que será recordada como unos pobrecitos que vivieron como pudieron, pero igual privados de miles de cosas básicas. Que lo bueno está al caer, eso sí, y que ya está a la vuelta de la esquina. Al final del día no podrás decir que viviste la época dorada de las libertades, pero sí que has visto la aurora de esa era. Quina enveja...