jueves, 8 de mayo de 2014

52... crack...uhhh



De repente se me vino a la cabeza como casi una bofetada del tiempo: mi marido había cumplido 52 años, que era justo la edad en que a una de las viejas del barrio le había ocurrido eso que hizo que todos recordáramos su edad. Y sí, vieja, porque con 52 años ya se era vieja en esa época en que éramos pequeños allá en el corral ese donde nos tocó pasar nuestra infancia.

Y el tema de los 52 años lo tengo bien presente en la cabeza porque
los acontecimientos que se sucedieron en aquellos días involucraban su edad de una manera bastante directa. Y la historia resultó ser más o menos como lo que sigue: por aquellos días comenzó a circular la noticia de que a doña T. se le había "roto" el televisor. No recuerdo si parte de la historia inicial era que sus nietas estaban jugando en su casa ese día, y en algún movimiento en falso acabó pagando el pato la tele que andaba por allí, o que esta anécdota también fue parte de la gran bola que se fue montando alrededor del televisor roto.
Hasta donde yo recuerdo, la historia inicial era "se le rompió el
televisor a doña T," y todo lo que siguió después fue añadidura. Quizás también fue inventado lo de la parte de las nietas que estaban jugando por ahí cerca y le dieron con una piedra, que lo de la piedra también apareció más tarde.
Intento de alguna manera desenhebrar los pedazos de la historia para ver si puedo separar "historia real" de "fantasías animadas de ayer y hoy", pero es casi imposible. Todo esto ocurrió hace más de 30 años y los pocos testigos de esa historia seguramente recuerdan menos que yo. Quizás ni siquiera era cierto eso de que "se le rompió el televisor" sino algo más leve como que se le quemó un fusible o algo así, pero ya no lo podremos saber. A lo mejor es cierto eso de que la verdad es como una especie de promedio entre todo lo que recordamos o creemos recordar, y nos hemos de contentar con eso, con el promedio.
Pero por algún lugar hay que comenzar a tirar de la madeja, y digamos que todo comenzó con que a
doña T. se le rompió el televisor, y luego de que esa historia comenzó a circular por el barrio, alguien agregó -con la mala saña que caracteriza a los habitantes de Macondo- el consabido veneno: "mucho no se puede quejar la vieja esa porque ese televisor tenía más o menos la edad de ella", novedad que nos hizo  comenzar a preguntarnos sobre la verdadera edad de doña T. Y aquí tampoco consigo dilucidar si hicimos alguna especie de aproximación estadística de la edad de la vieja esa y quedamos en que tenía 52 años, o si consultamos a algun@ de l@s viej@s del barrio, que siempre a cambio de una media hora de compañía después de la siesta eran
capaces de contarte historias como "y.... doña T. debe de tener unos 50 o 52 años porque recuerdo que compró ese terreno donde vive ahora en el 59, y ya venía con un hijo o sea que más o menos tendría unos 20 o 22, y como su marido hizo el servicio militar en el 48 pero -claro- él es más viejo que ella..." 
La cuestión es que con el añadido de la edad de doña T., la noticia fue adaptada a "se le rompió el televisor a la vieja. Un televisor que tenía tanta edad como ella misma. 52 años".  Si uno hubiera tenido acceso a la wikipedia en aquellos días esta hipótesis ya habría sido descartada allí mismo, ya que si hubiera sido cierta eso,  el televisor de doña T. habría sido comprado entre 1928 y 1930, coincidiendo más o menos con el inicio de la comercialización de los primeros televisores que salieron al mercado, y se vendían exclusivamente en Estados Unidos, el Reino Unido y Rusia, todos estos lugares muy alejados de Macondo.

Pero no lo sabíamos, así que lo repetíamos sin cesar "se le rompió el televisor a doña T. Un aparato de
la misma edad que ella. 52 años." A esta historia obviamente le faltaba algún condimento, que así como estaba no le iba a interesar a nadie. Y así fue que para la version 3.0 de la misma, a alguien (que no fui yo, no porque quisiera defenderme de algo sino porque estoy seguro que a mi jamás se me ocurriría el siguiente "twist") le agregó esta pincelada a la historia: "Doña T. cumplió años. Se deprimió tanto con la edad que se hizo de una piedra y la lanzó contra el televisor haciéndolo pedazos. El televisor fue elegido como objeto de desahogo de tanta furia ya que tenía tantos años como ella. 52"

Y ahi sí que ya teníamos una historia interesante para contar y
desparramar por todo el vecindario. Obviamente la gente mas o menos mayor no se creía para nada el relato, pero en el segmento que va de 13 años para abajo tuvimos bastante éxito. Como cualquier comunidad de esas de las cavernas que está en proceso de evolucionar, también nos hicimos de un cantito que sintetizaba todo el cuento: el "52...crack....uh" que esencialmente representaba los 3 grandes momentos de la tragedia:
52: cuando doña T. entra en estado de shock al darse cuenta que tiene 52 años y ya está vieja;
crack: el sonido de la piedra que le da al televisor
uhhh: el momento en que ella se larga a llorar de la bronca y frustración que le produce estar vieja.
Y andábamos por allí todo el tiempo cantando "52...crack...uhhh, 52...crack...uhhh,..." que parece un
entretenimiento de lo más inocente, si no fuera porque (ahora que ya estamos lejos en el tiempo podemos excusarnos diciendo que éramos niños y solo nos estábamos divirtiéndonos, pero cada tanto no puedo evitar pensar que todo ésto era una salvajada) una de las personas elegidas para compartir toda esta historia fue el mismísimo hijo de doña T. que también formaba parte de nuestra pandilla. El hijo de doña T. que años más tarde nos enteramos (y suponemos que también se enteró él) que en realidad era su nieto, y que su hermano mayor era su padre, y todas esas cosas que Almodóvar siempre cuenta muy bien en sus películas, pues mira que ya a menos de 100 metros teníamos material para entretenernos y darle a la lengua, solo que l@s viej@s del barrio se lo callaban muy bien y por eso teníamos que entrenar nuestra lengua con historias tan simplotas como la del 52...crack...uhhh. Es que el problema como siempre era el mismo: que no nos enseñaban en las clases de matemática a resolver los problemas que verdaderamente importan: "si tú tienes 7 años y tu madre 52, calcula la probabilidad de que tu madre no lo sea de verdad". Eso tendríamos que haber aprendido y no tanto diagrama de Venn y tanto pintar pasteles que era lo que se llevaba en esos días en las clases de mates.
Pues eso, que una tarde encaramos al hijo-nieto de doña T. para preguntarle como si realmente fuera una curiosidad que realmente quisiéramos saber, e intentando no reirnos mucho en el intento: "es verdad que tu madre de deprimida que estaba porque cumplió 52 años le tiró una piedra al televisor que lo lo hizo pedazos y luego se largó a llorar desconsolada?" Obviamente el hijo-nieto negó toda veracidad a la historia, pero lo único que consiguió fue que la infláramos más aún a costa de decir que él por vergüenza estaba negando lo que ya todos sabíamos. Y el pobre chico encima se tuvo que aguantar que anduviéramos cantando todo el tiempo 52...crack...uhhh a sabiendas que los 52 venían de la edad de
su madre-abuela. Recuerdo que una vez estábamos haciéndole a él el cantito ese del 52...crack...uhhh , 52...crack...uhh.... y apareció de repente la mismísima doña T. y con verdadera inocencia preguntó de qué se trataba el cantito ese. Su hijo-nieto cobardemente le contestó que era un juego inventado por nosotros, lo cual algo de verdad tenía, que toda esta historia no era más que un juego y que como no teníamos nada más que hacer, le seguíamos dandole caña al tema mañana, tarde y noche.  Incluso habían representaciones "orales" de la historia, cuando alguno de los más imaginativos de la pandilla teatralizaban cada uno de los momentos de esta historia: en el primer acto aparecía la T. con las manos en las mejillas profundamente acongojada y deprimida por haber llegado
a ser una vieja de 52; en el segundo acto ella no aguantaba más tal tragedia y se hacía de una piedra convenientemente ubicada al costado del aparato electrónico para hacerlo trizas en un instante. Y el último acto acababa con ella llorando desconsoladamente quizás con una mano puesta sobre los restos de la víctima. Todos escuchábamos con atención cada uno de estos momentos, seguramente riéndonos a carcajadas en la etapa final que ahora mirándolo a la distancia, dime tú qué motivos hay para reirse ante semejante drama. Igual, la historia era repetida y teatralizada día tras día, con el objetivo de que la recordemos y se la contemos luego a nuestros hijos, y luego a nuestros nietos, y/o a nuestros hijos-nietos.

También recuerdo que a veces cuando la veíamos pasar decíamos "ahí viene 52" o -peor aún- le gritábamos ese número como si fuera un insulto. Pobre mujer, aunque yo creo que en realidad ella  nunca se dio cuenta de todo esto así que por ahí los pobres éramos nosotros nomás...

En algún momento obviamente la historia del 52 dejó de serlo para dar paso a otras más o menos interesantes de nuestra infancia, y que yo sepa nadie salió con ningún trauma fuerte de esta experiencia (después vinieron otras que ni te cuento lo que fue... unos dramones, nena), a doña T. se le murió el marido unos años después, y ella vivió por varios años más dedicándose al prójimo como decía Jesús en el Evangelio que hay que hacer. Por ahí cerca de donde todos estos hechos ocurrieron hay un centro social que lleva su nombre.
Y ya en volviendo a la realidad, toda esta historia pasó por delante de mi como una ráfaga de viento caliente por obra y arte de las dendritas traicioneras que uno siempre lleva adentro, y a mi justo me viene todo esto a la cabeza mientras observaba a mi marido soplar dos velitas, una con forma de 5 y  la otra de 2, la segunda a la derecha de la primera. "Debe estar ya hecho un viejo de mierda y yo
todavía no me doy cuenta" fue mi primer pensamiento, pero no le di mucha importancia. Al rato ya tenía a esas voces que siempre están por ahí retozando alrededor de mi cabeza repitiéndo el "52...crack...uhh, 52...crack...uhhh,..." Y espero que la vieja esté ya en el cielo descansando en paz y no allá abajo,  y que sea su espectro el que viene visitarme y no dejarme en paz hasta la eternidad, o hasta que mi marido llegue a los 53 dentro de un año. Estoy casi seguro que doña T. tiene que estar por allí arriba retozando con el Altísimo, porque era una mujer buena y encima se tuvo que comer eso de criar a su nieto como si fuera su hijo... aunque también estuvo el episodio ese de cuando ella misma "casó" con sus propias manos a su hermana con un divorciado en la basílica más próxima a sus domicilios. Si eso hubiera ocurrido con
la nueva administración clerical que hay ahora vaya y pase, pero todo eso pasó con el anterior del anterior, y no se si en esos días te hacían la vista gorda como ocurre ahora a la hora de atravesar la burocracia celestial que determina si te toca cielo/infierno/purgatorio/ninguno de los anteriores. En fin, espero que las voces éstas acaben pronto. De momento, para pasar el tiempo, pienso en el televisor que tenemos en casa, que todavía no tiene ni 10 años pero no vendría mal que se rompiera o que alguien se lo llevara (porque mi marido no lo va a tirar la calle mientras sigue funcionando, es lo malo de convivir con un ambientalista) así nos compramos uno más grande, de plasma y con conexión a internet. A ver si consigo que se deprima con su edad y se anime a dar el paso. Ya puse unas piedras cerca del aparato. Es solo cuestión de esperar...

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