domingo, 9 de marzo de 2014

El día después









Y finalmente ha llegado la hora esa en la que ya no hay vuelta atrás. Hay pocos momentos en la vida
de uno en que se es consciente de estar delante de una situación de la cual ya no es posible apretar el botón de undo, y ésta es una de ellas. Haber comenzado la escuela secundaria fue uno de esos momentos, que por unos 3 minutos me quedé parado en la puerta del instituto pensando: una vez que cruce esta línea, por los próximos fucking 5 años voy a tener que despertarme a las 6 de la madrugada de lunes a viernes con el único objetivo de estar aquí de 7.15 a 13.30 rodeado de unos cuarenta homónimos mientras un grupo de adultos intentará rellenar con lo que sea todas esas horas para evitar que nos maturbemos con demasiada frecuencia.
"Todavía estás a tiempo de escapar" me decía una voz interna a la que nunca hice caso, pero está claro que a los 13 años no había mucha más alternativa que hacer lo que hice: ajustarme la corbata, cruzar esa puerta y hacer de cuenta que había crecido para no tener que confrontar el patetismo de lo que en realidad estaba ocurriendo.

Y ahora estoy ante otro de los momentos como ese, que me tocó ir a la narcosala del barrio para el control habitual que desde hace un tiempo me tiene sometida la autoridad sanitaria de turno por abuso de triglicéridos y transaminasas, y además presión diastólica sistemáticamente alta (palabras técnicas todas éstas que hace un par de meses desconocía totalmente).  La médica creo que decidió que yo era un caso perdido ya en la primer visita, y me derivó a una enfermera que pacientemente cada semana me toma la presión, aunque yo estoy seguro de que ella quiere hacer algo más conmigo, porque siempre me da los últimos turnos de la tarde cuando no hay más nadie en la sala de espera, y me atiende con el cabello suelto, y meneándolo a cada rato como si fuera la mujer maravilla. Una pena que ya esté casado para este tipo de aventuras, y que los encuentros siempre versan sobre lo mismo: "que hecho mierda que estás" me dice ella con una sonrisita seductora mientras me ajusta la banda esa esa por alrededor del brazo izquierdo que luego comienza a inflarse...
El viernes pasado llegué sobre las 19.30 a la consulta y no había nadie esperando en la sala. Asustado, fui a pedirle a un enfermero bien parecido que justo salía del lavabo bien acompañado si no me podía atender él, pero me miró con cara de agotamiento y me dijo que ya había atendido esa misma tarde a cuatro "como tú", y que ya estaba hecho y se iba a su casa.
Así que tuve que resignarme y volver con la chica de siempre, que ya estaba en la puerta con la melena al viento, esperándome.
Luego de tomarme la presión (que para eso tuve que quitarme la camisa, momento menos hot en mi vida no he encontrado todavía en mi archivo mental), pesarme y hacerme toda clase de preguntas personales invasivas del tipo de si estuve comiendo sin sal, y si hago ejercicios o no, etc, etc, me sentencia que mi presión diastólica sigue alta y que "va a hablar con la doctora para ver qué hacer". Acto seguido, sale de la habitación por unos segundos. Yo me imagino que eso de ir a hablar con la doctora es una excusa para ir a fumar un rato o contestar un par de whassaps de esos para quedar para ir al cine más tarde porque -como ya he explicado- no había persona en ese lugar más que ella y yo (el enfermero bien parecido ya se había ido a casa, y no puedo certificar que lo hubiera hecho solo).

En breve retornó con una sonrisa radiante, y sin anestesia ejecutó la sentencia: "dice la doctora que te tomes unas pastillas para bajar la presión, una píldora cada 24 horas. Te doy esta receta, vas a la farmacia, y nos volveremos a ver dentro de 3 semanas para ver los efectos. También te haremos un electrocardiograma la próxima vez, así seguro te encontramos otra cosa". Esa respuesta ya me la temía, que en sesiones anteriores me había contado ella con su sonrisita y melena de leona que si la presión no baja hay que medicar, luego hice un poco de research por cuenta propia (esto de tener marido que viene de esos territorios salvajes donde cada palabra que intercambias con tu médico te sale un dineral hace que te vuelvas eficiente para aprovechar las visitas al médico) pregunté con voz temblorosa: "¿y por cuánto tiempo tendría que tomar esas pastillas?" Y ella me miró con amor como Jesús en el Evangelio (Marcos 10, 21) y me dijo: "pues no lo se, muchos las toman por el resto de sus vidas. Ya te lo dirá la médica (esa que nunca da la cara)". Para no caer en pánico total intenté pensar las preguntas que me haría mi marido al regresar a casa a las que siempre yo le contesto "no se" porque realmente no las se, y entonces me salió algo como esto: "¿tiene contraindicaciones este medicamento?" A lo que ella largó una carcajada corta, para luego rematar con aire enfermeril (que no puede tener aire doctoral porque no es doctora sino enfermera) "todo medicamento tiene sus contraindicaciones. Ya te leerás el prospecto y lo verás."


Y ahí se acabó la consulta, mientras ella agitaba su cabello y se preguntaba en voz alta que ya era viernes y que no tenía planes para esa noche, antes de dar un portazo y partir, le dije que yo me iba a mirar precios de ataúdes y que prefería hacerlo sólo. Y salí de allí,  hundido y derrotado como la pajarraca de Eurovisión, receta en mano rumbo a la farmacia de turno más próxima. Empastillado de por vida a los 40 años, qué bajón! Quizás fue el instinto sajón que habita dentro de mí (porque está científicamente demostrado que porto ADN sajón) el que hizo que antes de entrar a la farmacia pasé por un cajero automático para sacar dinero, que ve tu a saber cuántos miles de bitcoins puede llegar a salir la pastilla ésta. "Serán unos 20 céntimos" me dijo amablemente la chica del otro lado del mostrador con una sonrisita de esas estudiadas que en realidad escondían un "pobre chaval, tan joven y guapo y ya hecho mierda". Igual no me pidió el DNI para darme el medicamento, así que la próxima vez envío a mi marido a por tan humillante momento.
No esperé a llegar a casa para abrir la caja que contiene unas 60 píldoras,"las 60 primeras" me decía
una voz nueva de entre las tantas que pululan por mi cabeza, que esto es un proceso inductivo: cada mañana después de llevarte a la boca una pastillita de éstas, te quedarás mirando el resto de la tableta, que allí estará la píldora del día después. Y así siguiendo...

Abierta la caja, el prospecto se desplegaba como una larga sábana lo cual ya me asustó bastante. Entre las cosas habituales que estaban escritas en la lista de posibles efectos adversos, de esas del tipo que si estás embarazada esto no te conviene, había algo como lo siguiente: "ha de tener en cuenta
que este medicamento disminuye la presión arterial en los pacientes de raza negra de forma menos eficaz que en los pacientes que no son de raza negra".  Casi me tuve que tomar una pastilla ahí mismo porque el corazón comenzó a latirme con fuerza, que jamás había visto un medicamento con estas contraindicaciones.

Por suerte una vez arribado a casa mi marido que es muy compasivo no preguntó mucho aunque no me dirigió la sonrisa cuidadosamente estudiada de la farmacéutica sino una más cercana al "y yo que me casé contigo porque se supone que ibas a cuidar de mi en la vejez, que errado he estado". Hablamos un rato de los prospectos y demás, lo de la raza negra que él ya lo sabía (es que mi chico es muy leído...), pero aún así no conseguí calmarme mucho.
Entonces decidí compartir mi amargura con los amigos virtuales, y enviar un mensaje a todos los usuarios de telegram del mundo mundial, que serán unos 12, contándoles de mi desgracia.
No tardaron en llegarme mensajes del tipo:
"Ah, yo tomo lo mismo, pero es mejor si te das 2 pastillas en lugar de 1 por día"
"No conozco ningún gordito por arriba de 35 que no las tome"
"Mi madre la toma desde los 50 años. Esa y otras más"
"Te puede dar tos"
"Te puede dar dolores de cabeza"
"Bienvenido al club"
"Tendríamos que hacer un grupo para discutir de los efectos colaterales"
"¿Sólo tienes una por día? Yo te cuento las mías: \begin{enumerate}...."
"..."
Como no me iba a quedar toda la noche del viernes viendo caer un mensaje mas delirante que el otro,  mi marido con buen tino me llevó al cine. Luego intentamos ir a un bar que tenía una de esas fiestas que solo ocurren en las películas, pero con el mismo efecto, que aunque el dress code era llevar poca ropa, la gente parecía que te miraba con una mezcla entre compasión y "te lo mereces por el estilo de vida que llevas". Al regresar a casa bien tarde por la noche no pude evitar encontrarme con la primer tableta de píldoras en la mesa del baño, impecable como si nunca la hubieran tocado. Todavía.
Y ahí me volvió a la cabeza esa voz que me decía que todavía estoy a tiempo de escapar, por unos días al menos. Esta vez no puedo andarme con la excusa de que solo tengo 13 años y que no puedo hacer otra cosa, y además uno de los profes guapos que tuve en el instituto siempre decía que lo que uno no hace de adolescente, lo hará de mayor. Y yo me debo una rebeldía desde esa época, si señor. Así que hemos cambiado los planes, de momento. Que nos vamos a esquiar por unos días  y no voy a andar ni con tos ni con dolores de cabeza adicionales durante esta actividad, que si me va a ocurrir lo de la mujer de Liam Nesson prefiero que mi marido después no le tenga que hacer un juicio a los que hicieron las pastillas racistas esas. Así que las pastillas de momento, fuera. Ya consegui el permiso de mi marido que en esta familia es la más alta autoridad en temas sanitarios, así que voy tranquilo. Y a no preocuparse que este viaje no será al estilo Thelma & Louise porque somos como cinco los que vamos y porque tampoco es plan rebelarse así a la autoridad desde tan temprano. Ya cuando toquen 5 o 6 píldoras por día ahí seguro que me planteo algo. De momento, a juntar fuerzas para poder lidiar con la primera de la primera. Me llevo la tableta para ponerla en el baño así me voy acostumbrando a verla cada mañana. Por algo hay que empezar...



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