martes, 6 de agosto de 2013

Linguistic immersion

Sumerge la lengua en agua hirviendo durante 10 minutos.
Retira la lengua de la cacerola, y quita toda la piel y adherencias.
(Karlos Arguiñano)

La otra vez me preguntaron en la cola del supermercado si yo era ingles o qué, ya que me expresaba muy bien en ese idioma. Lo curioso es que hasta ese momento no había abierto la boca yo adentro de esa tienda. Supongo que era alguien que quería ligar conmigo (porque esto no pasa solamente en los supermercados de San Francisco, que la modernidad por suerte ya ha llegado a todo el mundo) e intentaba comenzar de alguna manera la conversación esa que siempre es de cosas banales para acabar en el lugar común.

Pero no estaba yo por la labor, si el supermercado hubiera sido de primeras marcas vaya y pase, pero ir a ligar a un low cost realmente no te levanta la moral e igual tienes que ir a terapia la semana siguiente, así que no. Uno tiene sus estándares. De todos modos, su pregunta encendió mi chispa autobiográfica, y así como Jesús en el evangelio (Marcos 10, 21) lo miré con cariño y le dije: I'm flattered by your question, honey. Pero has de saber que uno no nace hablando lengua alguna ni menos esa que cuesta tan caro aprenderla en la EOI, y que tan viejo como para haber estado en la torre de Babel tampoco soy, ni tengo el don de lenguas, no de esa lengua que seguramente tienes ahora en la cabeza sino de la que hablan las escrituras (Hechos 2 8-11), y que mis buenos dolores de cabeza me ha costado la inmersión en el idioma de la Saritísima Palin.

Que mi bautismo lingüístico ocurrió la primera vez que viajé hacia el land of dreams, el 4 de julio de 1998 después de la caída del sol para ser más precisos. Recuerdo que ese día nos había eliminado Holanda del mundial (de fútbol, ¿de qué va a ser?), y Buenos Aires estaba sumida en un silencioso luto por tal motivo. Ya caído el sol, por la Ricchieri avanzábamos en un taxi mis padres, un amigo de esos que no viene al caso hablar de él ahora y yo, rumbo al aeropuerto de Ezeiza.

Curiosamente mis padres hicieron 1.000 km desde Corrientes hasta Buenos Aires solo acompañarme hasta la puerta esa que dice "a partir de aquí solo pueden pasar los que tienen tarjeta de embarque". Me dejaron allí y se volvieron a casa. Dos horas más tarde, por una de esas ironías de la vida me tocó pasar exactamente por arriba de Corrientes city en un boeing 737, con tanta nitidez que había esa noche que casi-casi podía distinguir las luces de la casa de mis padres en medio de tantos puntitos resplandecientes que se veían ahí abajo. Obviamente no es lo mismo despedirte así desde las alturas que en la puerta de embarque de un aeropuerto, aunque mi amigo danés no entendía por qué tanta catarsis latina si se supone que cuatro meses después ya iba a estar de regreso en ese mismo aeropuerto (aunque no saldría ya por esa puerta sino por otra que está en el piso de abajo). Yo a decir verdad tampoco entendía mucho porque mis padres hacían eso, pero ya me habían explicado de pequeño que a los progenitores hay que tratarlos como a los niños y seguirles la corriente mientras no te hagan daño, y eso hacía. Tiempo después alguien de la familia me contó que otro alguien les había dicho "a lo mejor se queda allí y no vuelve nunca más", pronóstico que resultó errado porque de ese viaje sí que volví. Después me fui otras tantas veces y volví a regresar, y al final dejaron de ir a despedirme. Por eso ahora estoy haciéndoles creer que no vuelvo más pero creo que ni se dieron cuenta de la indirecta. Tendría que probar con algún otro método quizás...

Como no había en ese momento -ni hay todavía- vuelo directo Buenos Aires - San Francisco, tuve que hacer una escala en Miami, lo cual hace la transición de lo latino a lo sajón un poco más suave. En las tiendas de MIA escuché cosas como "a ti cuando te digan 'cheese', le pones queso al burguer!" que hasta sonaba gracioso el spanglish ese. Pero ese lugar solo era una escala. Ya para el segundo vuelo, el que me iba a llevar hasta el Pacífico, habían cesado los anuncios en español y todo comenzó a parecerse como más real: la gente con sobrepeso, los chicos con gorros de beisbol, acentos y etnias varias,..., mi ingreso a Sajonia era una realidad, ya no había marcha atrás.

Y aquí vamos a con lo que habíamos comenzado. Que no es que yo hablaba inglés a la perfección ni nada por el estilo al momento de ese viaje, ni al del siguiente, ni al del siguiente del siguiente. Llevaba varios certificados de competencia en ese idioma, pero todos sabemos bien cómo funciona esto, que varios de esos papeles se consiguen por muy poco dinero en el mercado negro. Así que no había que fiarse de ellos.

Recuerdo que lo primero que le pedí a la azafata cuando pasó con el carrito de bebidas (en esa época no te cobraban las bebidas en los vuelos de cabotaje, es que con Bill Clinton se estaba mejor) fue squeezed juice, sin tener la más pálida idea de qué era eso, alguna vez lo había escuchado en una película y me pareció que si en las películas lo piden, por qué no en la real realidad.Cranberry juice? entendió ella. Yes le dije yo mostrando inmediata adaptabilidad a la inmersión lingüística, que tampoco es plan hacer el papelón en público por ignorante la primera vez que uno abre la boca. Y así fue que mi primer bebida fue de cranberry, que tampoco sabía yo lo que era eso pero no tenía mal sabor ni color, y seguro que no tenía alcohol porque sino me habrían cobrado 5 dólares y no lo hicieron.

Ya en tierra y viviendo el día a día también tuve que pelearla, que al principio me tenía que juntar con unos superfrikis justamente porque andar callado todo el tiempo y con actitud de huraño no pegaba tan mal entre ellos. Solo que en mi caso era porque no podía articular palabra y en el de ellos… Bueno, no los juzgo, la vida los hizo así. Recuerdo que cuando íbamos a un restaurante no tenía ni la más pálida idea de qué era lo que estaba escrito en el menu, pero por suerte sabía decir the same as him mientras apuntaba al de al lado y con eso resolvía el asunto de manera sencilla. Porque cuando traían los platos podías reconocer rápidamente cuál era el tuyo porque era el mismo que le tocaba al que estaba al costado. Y a la hora de pagar solo tenías que mirar de reojo a ver cuánto pagaba éste y desembolsar la misma cantidad. Claro, nunca sabías realmente qué era lo que estabas comiendo, pero yo me lo tomaba como una especie de principio de incertidumbre, no se puede tener un conocimiento exacto de todos los aspectos de esta vida al mismo tiempo. Es el mundo que nos toca vivir y no otro.

Cada tanto también me tocaba ir a comer solo, y ahí nada mejor que los fast food, porque solo hay que apuntar al cartel que en general tiene una fotito (magnificada, eso sí, que la porquería que te dan después no es ni por lejos parecida a eso) mostrándote más o menos de qué iba el sandwich que te ibas a pedir. Aunque igual después venían todas las preguntas de rutina: supersize? For here or to go? y todo ese cuestionario interminable que al final terminaba delatándote, que tú no eras de allí ni hablabas como los de allí. Que una vez casi me tiraron por la cabeza el sanguche ya todo envuelto como para llevar porque les insistí que no, que yo quería comer ahí porque afuera hacía mucho frío, pese a que se ve que 2 minutos antes les dije que sí al to go y la pobre waitress ya estaba harta de mis balbuceos.

Una vez mis amigos superfrikis me invitaron a una salida de domingo, que ellos iban a noseque de roller coasters. Que bien, pensé yo. Vamos a ir a paser por la costa, en skate rollers. Bueno, digamos que el parque de diversiones al que acabamos yendo estaba sobre la costa, y suerte que me gustan las montañas rusas, que sino linda sorpresita habría sido esa.

Igual, xato, no es cierto que dominar el idioma te hace entender la cultura, que otra vez que fuimos de picnic al parque más próximo a nuestro domicilio. En en una parrilla se pusieron a cocinar las burgers, y en la de al lado, las veggie-burgers. Qué guay tu, pensé yo, que puedes elegir entre "hamburguesa" y "hamburguesa+verduritas", y decidí ir a probar el menú más completo y así me fue, que probé por primera y única vez la veggie burger que me parece la peor aberración creada por el ser humano sobre la faz de la tierra, junto con la veggie sausage y la root beer, que sabe a líquido de enjuague bucal.

De todos modos, he de decir que con bastante paciencia y un poco de tiempo se te va acomodando el oído al idioma y también a la cultura, que aquí como en cualquier otro lugar se trata de aprender lengua Y civilización. Y es así que como Guaichanken empiezas a hacer tus primeros avances en el tema, y aunque todavía no estés totalmente preparado para volverte un maestro shaolín e ir a buscar a tu hermano perdido en el wild wild west, poco a poco comienzas a defenderte. Que todavía atesoro en mi memoria uno de los momentos epifánicos de mi vida que ocurrió en la esquina de Oxford & Cedar, que estaba yo esperando para cruzar la calle cuando se detiene un coche y una chica muy guapa como de esas salidas de las películas (de película de terror dirían algunas de las lagartas que siguen este escrito, pero no. Era una chica guapa como corresponde a las que circulan por esa esquina) me dice algo así como "guchuwanabibititepak?" "I'm sorry" I said, como disculpandome por ser tan ignorante y hacerle perder su tiempo con una bestia peluda como yo. Pero ella no pareció amedrentarse, e insistió con la misma pregunta un par de veces. Y ahí fue que decidí repetirla lentamente sílaba por sílaba en mi cabeza, y me quedó algo así como “Do-you-know-how-to-get-to-Til-den-Park?“ Y mis ojos se iluminaron y casi-casi salté de alegría porque finalmente había comprendido su pregunta. Y además sabía cómo responderle: "I'm sorry" volví a decirle, esta vez con una sonrisa de oreja a oreja, "but I do not know how to get to Tilden Park", lo cual era verdad, sabía que ese parque estaba por ahí cerca pero no sabía cómo llegar allí. Ella también sonrió, que los yankis son muy simpáticos a la luz del día, pisó el acelerador y se marchó, creo que en la dirección correcta aunque en ese momento no habría podido asegurarlo.

Y no creas que los cuatro meses esos bastaron para conseguir el nivel C de anglés, que incluso la noche que conocí a mi marido más o menos por la misma zona pero cuatro años después, a diez minutos de habernos puestos a conversar él ya me había hecho todo un resumen de su vida, que si lo hubiera entendido palabra por palabra me habría ido corriendo de allí, porque eso de vivir en una casa-coop donde la gente hace pis en un frasco para después echarle a las plantas del jardín así tienen su dosis de nitrógeno necesaria para crecer lozanas y felices, definitivamente no era (ni creo que todavía sea) lo mío. Supongo que él me habrá contado también en esos diez minutos que vivía con cinco chalados más en esa casa, pero lo único que saqué en limpio de esa conversación fue que él era el dueño de esa casa, que no tenía hipoteca sobre ella y que estaba soltero. Eso más un poco de alcohol alcanzó para que decidiera ir a conocer su hogar en ese mismo instantte, y hacia allí fuimos. No quiero ni recordar el escándalo que montamos ahí en el living al lado de la chimenea, y que después por suerte nos arrastramos hasta su habitación donde pasamos la noche. Que no te imaginas mi sorpresa cuando bajo a desayunar a la mañana siguiente y me encuentro con cinco más sentados en la mesa, que claramente habían estado en esa casa la noche anterior cuando llegamos nosotros. Quelle honte!
Igual, los yankis son muy discretos a la luz del día así que nadie pronunció palabra alguna ni en ese momento ni más tarde, y después de más de ocho años de este episodio, he visto pasar cada gente y cada cosa por esa casa que te aseguro que nuestro episodio number one ni siquiera califica en el top ten de los momentos escandalosos de la Etna house.

Y voy acabando ya la charla, guapo, que pago y me voy corriendo para casa, a tomarme una pastilla de carbón porque tengo una diarrea infernal. Thanks for the conversation, see you any other day. And no, I am NOT going to give you my cell phone number, you freak...

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