sábado, 12 de octubre de 2013

La mujer de la tribu

La trompeta, la flauta,
el bombo  y el tambor,
son nuestros instrumentos
en honor a nuestro dios
(himno de la tribu Palenque)


La campana comenzó a sonar con fuerza, y como acto reflejo  echamos a correr hacia la Plaza Mayor, ya que el badajo solamente se agitaba cuando algún anuncio importante iba a ocurrir.  La tribu Palenque fue fundada por mi hermano mayor en un terreno baldío detrás de la casa familiar, como uno de los tantos frutos de su precoz imaginación y creatividad. Años más tarde me
confesó que la idea de esa tribu se le vino a la cabeza cuando sus maestras de la escuela primaria le hablaron de Mayas, Incas, Aztecas y otros habitantes primitivos del continente ese donde vive él. Pero en ese momento a nosotros no nos interesaba ni el origen, ni el motivo. Cuando se tienen 6 o 7 años de edad de promedio, el universo de cowboys, indios, ladrones, policías y otros roles similares -que más tarde volveríamos a encontrar en una versión más gore en los bares de por aquí y por allí- tiene un appeal imposible de resistir.

Así que con entusiasmo respondimos a su idea, y con posterior esfuerzo y empeño nos abocamos a la construcción de la tribu. No recuerdo de dónde sacamos ladrillos, muchos ladrillos, con los que cimentamos las calles y los pisos de las casas de PalenqueLand. Las paredes -si las había- eran de ramas y hojas secas. Y en un despliegue de soberbia como los de la tribu de Babel (Génesis 11, 1-9), intentamos también levantar un muro que fuera de lo más alto posible, pegando los ladrillos con barro. Claro que nuestro conocimiento de ingeniería a una edad promedio de 6.5 años no era suficiente como para entender que esa pared, para sostenerse, debía tener algún tipo de cimiento por debajo de la tierra, así que  pasadas unas 15 o 16 filas de ladrillos, el muro se vino abajo. Por suerte no hubo víctimas que lamentar, ni posterior confusión idiomática que todos seguimos comunicándonos con los mismos pelos y señales luego de la caída de la pared.

Como toda tribu que se precie de tal, había un templo donde lo único que recuerdo que teníamos era
una especie de cruz hecha por dos palos clavados al medio, que originó un serio debate sobre si lo que estábamos haciendo era idolatría, sacrilegio, o alguna de esas cosas equivalentes que te da un pase directo al infierno sin siquiera derecho a parar para hacer pis en el purgatorio. No recuerdo el resultado del profundo debate teológico-humanista que tuvo lugar, pero los palos siguieron allí por un buen tiempo... También nos pusimos un "río" por uno de los costados de la tribu, que lo montamos haciendo un canal a fuerza de palas, y luego regándolo incesantemente con una manguera desde uno de sus extremos. Para los ambientalistas podría sonar un horror imaginarse la cantidad de líquido potable que se gastaba a diario en tan banal emprendimiento, pero se ha de recordar aquí que estábamos en un lugar por donde circula un río inmenso, que había agua potable y de la no potable en cantidades obscenas (y en esa época el consumo de agua no se medía con un contador así que podías abrir todas las bocas de agua de tu casa que pagabas siempre lo mismo a finales de mes). Encima, en la zona tropical donde todo ésto ocurría, cada 2 o 3 días llovía a cántaros,  y el río en realidad quedaba inundado por una capa de agua inmensa que lo convertía en una zona peligrosa donde de repente te podías resbalar y caerte en un zanjón más profundo de lo que la superficie de agua sucia aparentaba más arriba.


La tribu Palenque tenía su propia moneda, el "tupí", con la que comprábamos bienes y pagábamos servicios, aunque creo que en realidad fue una invención de esas que sirvió rápidamente para que los caciques de la tribu consiguieran mano de obra barata que se encargara de limpiarles las casas y hacerles los mandados, que te pagaban (bien, hemos de decir) con unas monedas hechas de barro por ellos mismos (claro), y uno que los escondía bajo tierra, a la próxima lluvia acababan deshaciéndose y desapareciendo. No había ningún incentivo para ahorrar en esa tribu, ahora entiendo por qué nunca hubo un banco-Palenque o entidad equivalente.

También teníamos un himno, que no era una gran producción literaria como los Oid mortales, ni tampoco íbamos a ganar el Pulitzer con la letra, pero lo cantábamos con ahínco y pasión, como corresponde a cualquier canción patria que se precie de tal. La primer estrofa recuerdo que iba así:
El 26 de marzo
se fundó la tribu Palenque.
Y los fundadores fueron
los caciques de la tribu.
 Más adelante le agregamos a la tribu una cárcel hecha de tacuaras y enredaderas, que nunca llegó a
cumplir ninguna función vital ya que era fácil escaparse de allí. Tampoco nadie en su sano juicio iba a dejar que alguien se quedara encerrado solo en ese descampado una vez llegada la noche, que le teníamos miedo a la oscuridad como cualquier niño de 6.5 años de edad de promedio. Teníamos -obviamente- arcos y flechas, lanzas también hechas de tacuara, hondas y boleadoras de esas que harían temblar a David y a Goliat juntos. En definitiva, todo lo que un buen nativo de las Américas necesitaba para ser feliz, eso teníamos.

O casi todo, que obviamente nos faltaba ejercitarnos en el arte
de la caza, que nosotros no éramos ni aspirábamos a ser recolectores ni mucho menos. La tribu Palenque era una comunidad de cazadores, otra cosa ni hablar. Y de eso precisamente se trataba esa campana sonando incesantemente desde la Plaza Mayor de la tribu.

¡Edicto! Decretó uno de los caciques de la tribu -mi hermano mayor- haciendo de cuenta que leía de un papel donde había algo escrito. Vamos a declarar abierta la temporada de caza, y al acabar la misma quien resulte el peor cazador, será declarado “la mujer de la tribu“. Nos pusimos blancos del terror, que lo peor que te puede pasar en ese momento y lugar de tu vida es caer en el ridículo de esa manera. Todavía éramos muy jóvenes como para darnos cuenta que habían peores títulos -que a algunos nos tocaría portar luego por el resto de nuestras vidas- que el de “mujer de la tribu“, pero en ese momento nos sonaba como lo peor de lo peor.

Nuestro nerviosismo aumentó cuando el cacique  desplegó un papel que sí estaba escrito,  conteniendo la puntuación que se otorgaría a cada pieza cazada. La grilla era menos como sigue:

hormigas, libélulas y/o mosquitos ----- 0 puntos
mariposas --------- 1 punto 
avispas/abejas ---- 2 puntos
abejorros ---------- 3 puntos
nidos de avispas --- 5 puntos
panales de abejas --- 8 puntos
pajaritos -------------15 puntos
gatos ----------------   20 puntos
el gato color de oro ----- 25 puntos

Y después se nos aclaró algo como lo siguiente, no con estas precisas palabras pero la idea era esa:
 * el puntaje en cada categoría no es acumulativo, es decir un pajarito dará 15 puntos,  dos o tres pajaritos también darán 15 puntos;
* animales de sangre caliente deben de venir -literalmente- con la sangre caliente. No vale traerse un gato muerto de hace 3 dias.

Los felinos que andaban por allí no eran salvajes ni mucho menos, sino que eran las mascotas de los vecinos de la zona que cada tanto deambulaban por el descampado ese donde estaba la tribu para hacer sus necesidades y esas cosas extrañas que hacen los gatos que pasan una y otra vez por ahí como marcando su territorio. Todos eran gatos de esos típicos de raza “calle“, de los que se encuentran por las casas de allí, y que hasta desentonaban con el paisaje porque cuando viste tu que por el medio de una tribu de esas de temer en el corazón del Amazonas les pase por enfrente el gato de la vecina de al lado maullando. Era peor, su mera presencia nos hacía recordar una cruel realidad: que no éramos los salvajes que pretendíamos ser ni que vivíamos en el medio de la selva, sino en el corazón de una zona urbana donde los gatos se paseaban a gusto, y que por más fieros que intentemos parecernos, no éramos más que un rejunte de criaturas que no asustábamos ni a un gato de esos de hogar.

El gato color de oro era la excepción, que cada vez que dignaba a regalarnos su esbelta figura por la zona, inmediatamente nos trasladaba con la imaginación a lo más salvaje de la selva, donde pumas, tigres y otros felinos que en algo se le parecían vivían seguramente cerca de algún lugar donde merecía estar una tribu de cazadores hecha y derecha.

Obviamente el gato color de oro también era el animal doméstico de alguna vecina ingenua que desconocía de las intenciones de mi hermano y de la comparsa de salvajes que lo rodeaba. De hecho, ya habíamos intentado atraparlo más de una vez, siempre sin éxito. Pobre animal, que tanta belleza al final le terminaba jugando en contra. Como muchos años después le pasó a la pobre Jeniffer Aniston, cuando el que era su marido la dejó por otra más fea...

Acabada la proclamación de las reglas del juego, y mientras el grueso de la turba se lanzaba exacerbada a la caza y/o a hacerse bromas conjeturando quién sería la ganadora del concurso Miss Palenque, me puse a hacer un rápido análisis mental de la situación. Pronto me quedó
claro que los candidatos a llevarnos el título de mujer de la tribu éramos unos 5 de un universo de 15,  que los chicos más grandes y/o con más calle obviamente iban con ventaja, y yo no estaba en el primer cuadrante, sino más bien en el tercero. Calculé mentalmente mis posibilidades, y concluí que con suerte iba a conseguir los 3 primeros puntos que te daba la lista, como cualquier otra persona con pies, manos y ojos seguramente los iba a conseguir. Y ya me veía con amargura siendo el hazmerreir de la tribu, que esto puede sonar horrible y políticamente incorrecto, pero en ese momento hubiera preferido pasar tres noches en la cárcel esa de tacuaras y enredaderas a ser la mujer de la tribu. Recuerdo que me empezó a entrar una angustia tremenda en el pecho, y un
deseo cada vez más fuerte de que el gato color de oro apareciera allí mismo, y se rindiera a mis pies como en esos milagros que ocurren en las historias de las vidas de los santos que te cuentan en el catecismo ilustrado. Aquí me entrego, oh  amo mío, que mi vida cese aquí mismo para que la tuya transite en un derrotero de felicidad...

Pasados tres segundos del sueño-confort, tuve que volver a la realidad e intentar diseñar alguna estrategia que me evitara el trágico fin al que la inercia me estaba llevando ineludiblemente. Una
carta muy poderosa que los niños pequeños tienen es la de enojarse, soltar una bronca  y decidir que no van a jugar más a un juego tan ridículo, y largarse de allí. Pero era un poco tarde para hacer eso, que ya la mayoría de integrantes de la tribu estaba enganchadísima en el arte de cazar bestias salvajes varias, así que claramente no se le podía acusar a mi hermano de haber tenido una mala idea.

El plan "B" consistió en boicotear el acceso de los otros a piezas grandes, lo cual era relativamente fácil ya que gatos y pajaritos no habían muchos por la zona, y hacer un poco de ruido cada vez que alguno de estos bichos se acercara a los árboles ya alcanzaba para
que se vayan. Y me puse en ello con cierto éxito relativo. El gato rubio ni se dignó a aparecer, quizás alertado por las fuerzas del más allá que cuidan de su dorada vida, o porque ya éramos muchos en el predio y estábamos haciendo un bochinche que no veas, que a los gatos eso no les suele gustar mucho. La cuestión es que acabada la temporada de caza -que si mal no recuerdo demoró un par de días- llegamos unos 6 o 7 con la mínima puntuación, esa que te dan una mariposa y un par de avispas. ¿Qué resolvería la corte tribal ante una situación cómo ésta?

Volvimos a encontrarnos todos en la Plaza Mayor para escuchar el veredicto. Para desempatar, comenzó con voz grave el cacique,
haremos un test de masculinidad y hombría, que consistirá en lo siguiente: los de puntaje mínimo (obviamente no utilizaba él estas palabras exactas sino unas equivalentes, y casi con seguridad con otra entonación que la que tu le estás echando al leer este texto, que se habla raro por ahí por donde está la tribu esa) tendrán que ir uno por uno atravesando ese túnel de hojas, ramas y espinas que se encuentra allí, hasta conseguir cruzar por debajo de aquel árbol que está al final del túnel, ese que tiene un nido gigante de avispas colgando de una de sus ramas. Aquellos que superen esta prueba serán “salvados“. Los que no, automáticamente pasarán a ostentar el título de mujer de la tribu.

Su majestad el cacique había hablado y mostrado, una vez más, una infinita generosidad, así que ya no había oportunidad de conseguir rebaja alguna en la dificultad de la actividad porque ésta se había hecho pública, y cualquier signo de debilidad te llevaba automáticamente a conseguirte la infame tiara de la que estábamos todos intentando huir. Resignados y con una cierta dosis de miedo, comenzamos a dirigirnos hacia el pasadizo de hojas y espinas. El cacique -hombre valiente de los que ya no quedan- encabezaba la procesión, y sería él quien primero, como medida ejemplificadora, cruzaría por debajo del
árbol. Por detrás suyo venía el resto del pueblo, agachados, en cuclillas, uno detrás del otro, esquivando ramas y espinas, temiendo encontrarnos con el feroz nido de avispas que nos aguardaba al final del túnel.

Y llegamos allí en medio de un silencio abismal donde solo podía oirse la respiración y los latidos de nuestros corazones. Algunos hasta sudábamos, pero es razonable
sudar allí en esos climas tropicales así que no podemos decir aquí que sudábamos de miedo, sino quizás porque ese día -como casi cualquier otro- había calor y humedad en el ambiente. Nuestro valiente cacique atravesó primero en el más absoluto silencio por debajo del árbol que sostenía al nido de avispas, mientras nosotros lo observábamos también en silencio, admirando su destreza y valentía.

Luego de un minuto de silencio que se nos hizo eterno, comenzó nuestro turno de cruzar debajo del árbol. El Chino se encontraba a la cabecera de la procesión de condenados, y justo cuando sigilosamente
había llegado de cuclillas y en el más absoluto silencio a ponerse debajo del mortal nido de avispas, punto de inflexión de todo el desafío, escuchamos un ¡CRAC! de esos que no parecen sonidos venidos de la naturaleza, y acto seguido vemos caer con horror  todo el feroz nido repleto de avispas sobre la espalda del pobre Chino, que
pegó un grito que ni a la mujer de la tribu le hubiera salido tan bien. No tardamos mucho en darnos cuenta que nuestro valiente y pérfido cacique había pegado un fuerte golpe al nido con una larga caña desde el otro lado del árbol, que hizo que éste se desprendiera y cayera al vacío. Al vacío no, sobre la espalda del Chino.

Y ahí cundió el pánico. Yo que iba último en la cola del túnel, de repente me encontré con que era la primer agraciada persona en poder recular y salir corriendo de allí. El resto de los condenados no tuvo la misma suerte, que en medio de la confusión, el caos, las lianas, las
avispas enojadas y demás, cada uno de ellos se ganó al menos un par de aguijones en la piel, en el caso del Chino varios más, y tuvo que acabar con una inyección de cortisona en el hospital de niños.

El espectáculo de ver a la turba corriendo espantada, aullando de dolor, clamando por  seres queridos varios para que vinieran en su ayuda (¡Papa! ¡Abuela! ¡Tío Pilincho!), en vano porque ya nada se podía hacer, tenía su morbo. Más tarde tocaba la consabida escena de siempre, que se acercaban los padres/abuelas/tios Pilinchos de estos chicos a quejarse con mis padres por todo lo que había pasado, y por un par de días nos quedábamos sin
miembros en la tribu porque a nadie le dejaban volver a un lugar tan peligroso como ese, y a cargo de un cacique tan irresponsable que se divertía a costa de nosotros. Por suerte cuando uno es niño olvida pronto (y no como ahora que se tardan hasta 10 años para volver a poner el nombre de ella en tu cv),  y una semana después ya andábamos chiveando por allí con nuestros arcos y flechas, nuestros tupíes, nuestro himno...  siempre guíados por la poderosa imaginación y creatividad del cacique de la tribu, que por cierto hoy cumple unos cuarenta y algo de años de vida, y por lo que me cuentan mis sobrinas, sigue con esa misma pasión de aventura y diversión... a costa de otr@s. Cómo las envidio, que hace rato que nadie me da caña (esto lo puedo escribir por aquí tranquilamente, que ya me confirmó Snowden mis sospechas de que mi marido solo lee los dos primeros párrafos de este blog que los traduce con el google translate y luego se pasa al Christian Science Monitor)... Tanti auguri, Kiki, y que cumplas muchos más...